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Zapatero nunca llama dos veces

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Es propio de la clase política española enzarzarse, como andan ahora el presidente y el líder de la oposición, en una pelea de colegio acerca de quién debe llamar primero al otro para propiciar una reconciliación, tras la ruptura de relaciones anunciada por Mariano Rajoy desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, mirando directamente a los ojos a Zapatero.

Como era de esperar, transcurrieron apenas dos días antes de que el presidente del PP diera marcha atrás y dijese que sí, que respondería al teléfono si ZP le llamase. Pero la vicepresidenta y portavoz del Gobierno advirtió de que Zapatero no será quien descuelgue primero el teléfono, aunque, eso sí, responderá a la llamada de Rajoy. En eso estamos, mientras desde el Gobierno se prepara el inicio de las conversaciones con ETA -aseguran-, y desde el PP se propician manifestaciones y se aguarda, con cierta aprensión, a conocer el resultado del referéndum del próximo domingo en Cataluña. Lo peor de todo -o lo mejor-, es que Zapatero sabe que necesita a Rajoy para llevar a cabo las reformas en profundidad que ha puesto en marcha, y Rajoy sabe que necesita apoyar en algo el proceso reformista de Zapatero, sin dejarse encerrar en los maximalismos a los que quieren empujarle algunos sectores sociales y mediáticos. Sabe Rajoy que el PP no puede ser el partido del no a todo: así, la mezcla de lemas en la manifestación de este sábado, metiendo en un mismo saco la negociación con ETA y lo cuestionable de la investigación del 11-M, no ha sentado, por ejemplo, igualmente bien a todos en el PP. Como tampoco ha sentado bien la falta de apoyo de algunos dirigentes populares al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, ante los ataques de una emisora particularmente afín a las tesis más duras contra el Ejecutivo socialista. Así, ni Zapatero, que ya anda barajando una próxima crisis de Gobierno, acaso no solamente para reacomodar al actual ministro de Industria, José Montilla, como cabeza de candidatura del PSC en Cataluña -si es que ello es posible-, ni Rajoy, las tienen todas consigo. Estamos en una coyuntura política complicada, delicada, potencialmente interesante y constructiva, pero también con riesgos de fracaso. El referéndum del Estatut, coincidiendo con los balbuceos de la negociación con ETA y el horizonte de cambios importantes en la estructura territorial y social, son cosas que hubiesen precisado de un mayor contacto entre el Gobierno y una oposición que, esté o no equivocada en opinión del Ejecutivo, representa la opinión de varios millones de españoles.

Pero las posibilidades de un acercamiento entre los dos políticos que representan a casi el 80% del electorado español parecen ahora escasas. «En lo único que Zapatero y Rajoy se van a mostrar de acuerdo la semana próxima es en desear la victoria del equipo español en los mundiales», comentó un cercano colaborador del presidente. Factores increíbles, como la tozudez y el orgullo, impiden el acuerdo en cuestiones clave que tienen que ver con el empujón quizá final contra el terror, con la reordenación de los estatutos de autonomía, con la organización de la inmigración, con la lucha contra la delincuencia común. Y todo, quizá, porque uno no quiere descolgar el teléfono antes que el otro. ¿Estamos seguros de tener la clase política que nos merecemos, a la que votamos y pagamos?