Editorial

Mensaje en Polonia

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El viaje de Benedicto XVI a Polonia confirma que el nuevo Pontífice ha recogido la herencia de su antecesor, Juan Pablo II, de quien fue su más estrecho colaborador, para proyectarla sobre los retos del futuro con su personal estilo. Si histórica fue la petición de perdón de Karol Wojtyla por los errores de la Iglesia en el Muro de las Lamentaciones, durante su visita a los Santos Lugares en 2000, la imagen de Joseph Ratzinger entrando -en solitario y a pie-, por la puerta del campo de exterminio de Auschwitz para orar ante el muro de las ejecuciones ha quedado igualmente impresa en la retina de la historia y en la memoria de la iglesia. Que un Papa alemán que fue obligado en su momento a formar parte de las juventudes hitlerianas haya preguntado en voz alta a Dios cómo fue posible aquello, desde el mismo lugar en el que más de un millón de personas fueron aniquiladas por la maquinaria nacionalsocialista del III Reich, es el signo inequívoco de que durante el Pontificado de Benedicto XVI la Iglesia está dispuesta a afrontar con coraje la revisión de aspectos del pasado por sombríos que parezcan.

Con su viaje a Polonia, Benedicto XVI ha querido sellar la reconciliación entre el pueblo alemán y el polaco pero también reafirmar los pilares de lo que va a ser su Pontificado. El Papa ya había manifestado expresamente que no pretendía exponer ningún programa de gobierno sino disponerse, junto con a la Iglesia Ecuménica, a escuchar la palabra del Señor para encontrar la mejor manera de volver a poner en valor uno de los mensajes centrales del cristianismo: el amor a Dios y al prójimo.

Y con su reflexión en voz alta en el Pabellón de la Muerte y su posterior explicación sobre los motivos de aquella barbarie, «arrancar las raíces sobre las que se apoya la fe cristiana», el Papa ha querido alertar de nuevo sobre los peligros del relativismo que impregna Europa y sobre el error de confiar en que el mal ha sido vencido definitivamente. Incluso en esa búsqueda de la mejor vía para transmitir los valores fundamentales del cristianismo, Benedicto XVI, que ha centrado el objetivo de su viaje a Polonia en conseguir «la gracia de la reconciliación para todos aquellos que sufren bajo el poder del odio y de la violencia fomentada por el odio», ha dado también una consigna inapelable al criticar sin reparos a los religiosos ultraconservadores polacos que tratan de interferir en la política sirviéndose de los medios de comunicación para lanzar consignas inflamables y populistas. El Papa ya había defendido en su primera Encíclica, Deus caritas est, que la misión de la iglesia es la lucha por la Justicia y la de la política conseguir el orden justo de la sociedad y del Estado.