LA GLORIETA

De feria en feria

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Pues sí. Que me gusta el fino y el jamoncito, la tortilla y el pimiento frito, la gambita y el rabo de toro. Días de feria. La provincia se engalana y se llena de farolillos, trajes de lunares y el olor a fritanga invade sus recintos para el ocio y disfrute de sus ciudadanos. Antes ha sido El Puerto, Rota, ahora Jerez, luego Sanlúcar, Chipiona, Chiclana, San Fernando.... ¿Y Cádiz? «Cádiz tiene el carnavá», dicen los más castizos (¿hay castizos en Cádiz? «Pues claro que sí», me susurran al oído los más gaditas, los nacidos en Santa María, El Pópulo o La Viña).

Paseo entre faralaes, banderitas, con sonidos de pasos de caballos retumbando en mi cabeza y recuerdo mi niñez, cuando subirse al látigo y al coche-choque era una ilusión en el parque de la Isla, más conocido ahora como el de Almirante Laulhé. Y para los más noctámbulos: la verbena, algo perdido hoy en día y difícilmente recuperable (los cachés de los artistas se han subido a la parra).

Días de vino y rosas (las que se ponen en el pelo las féminas más valientes o pomposas), baile, alegría y en los que se olvida por unas horas las penas, las hipotecas o a Hacienda (que, a veces, no somos todos). Recuperar el aliento a la mañana siguiente tras una noche de jarana resulta una labor horrenda. La rutina del día a día no es capaz de absorber todo el alcohol del fino, del crema o del oloroso. ¿Uff, qué dolor!

Bueno, ahora nos vamos de feria, de caseta en caseta, a bailar y a beber. Y mañana, Dios dirá, que el mundo se acaba en dos días y ya hemos pasado uno y medio.