RETABLOS FLAMENCOS

Rafael de Paula

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El mundo del toro y del flamenco están cosidos por las mangas. Unos y otros eran prácticamente los mismos protagonistas. Por citar un solo ejemplo, uno de los acontecimientos históricos del flamenco más importantes sucedió para celebrar el triunfo de una corrida, donde el diestro Hermosilla propició el encuentro del Mellizo, que era de su cuadrilla, con el joven An-tonio Chacón, cruzándose así dos eslabones básicos en la cadena transmisora.

Han existido corridas en las que la música de la banda ha sido sustituida por cante del bueno, ya que sendas disciplinas se ajustan como anillo al dedo. Así podríamos llenar va-rios capítulos. Mas el cénit de sendas artes se la llevó para siempre el torero de los toreros, Rafael de Paula. En parte, porque el gitano pertenece a una de las ramas familiares más frondosas de cuántas han existido en la Baja Andalucía, la de los Soto, entre cuyos nombres podemos citar a Paco la Luz, Sordera de Jerez, Vicente Soto y José Mercé, por un lado, y al insigne Tío José de Paula, en un entronque más cercano.

También porque ningún otro torero de la historia ha cantado de esa manera con el percal en la mano. El recuerdo imborrable nos trae imágenes del artista, prácticamente impedido por sus maltrechas rodillas, enfrentado por derecho a un toro de Benavides en el otoño madrileño. Jamás hubo algo más parecido a la dramaturgia del cante grande por siguiriyas.

Todos estos aspectos, jalonados a lo largo de una irregular carrera artística, le sirvieron para ser el torero de la intelectualidad y de los artistas; «La música callada del toreo» salió de la pluma de un entusiasmado José Bergamín. Cuando en la plaza de Jerez, tiró con rabia su coleta al suelo, mi padre, gran amigo y conocedor del diestro me dijo: «Rafael será un torero del siglo XXI». Yo jamás entendí que me quería decir con estas palabras. Ayer en la plaza de toros de la Monumental de las Ventas, Joselito y Morante de la Puebla, ofrecieron con las telas algunas firmes respuestas. «Ra-fael, lo que le pasa es que no es dueño de su misterio», dejó sentenciado también el poeta roteño Felipe Benítez Reyes.

Y es lo más cierto, un hombre al amparo de un misterio que aún sigue cautivando a las nuevas generaciones de toricantanos que sueñan con el vuelo de su capote donde el cante, con sus todas sus llagas y caireles, se hizo toreo, del grande.