ANDALUCÍA

La ciudad ordeñada

Don Jesús y sus herederos. Cuatro mayorías absolutas del GIL, con tres alcaldes diferentes, propician el mayor caso de corrupción política detectado en España

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En el principio no fue la palabra sino el exabrupto. Del árbol del paraíso marbellí no brotaban manzanas sino crustáceos. Jesús Gil no mordió una reineta sino que engulló unas cuantas cigalas. No ocurrió al principio de los tiempos sino en 1990. No lo expulsaron del paraíso con bermudas en vez de hoja de parra; se lo merendó. Dijo que venía a ordenar el desaguisado pero tanto Gil como sus herederos se dedicaron durante 16 largos años a ordeñarlo. El paraíso, Marbella, lo perdieron sus habitantes y visitantes.



Tiempos grises

Hasta que Gil aterrizó en Marbella, la ciudad parece que nunca existió. En aquellos tiempos, tan lejanos, languidecía de puro tedio y grisura. El gobierno socialista comandado en los últimos estertores socialistas por Francisco Parra era un desastre. Cada año el balance de proyectos en la cuneta crecía y la población estaba en carne viva. Indignada. Una ciudad abandonada a su suerte, al pairo.

Día soleado. Un grupo de empresarios se reúne en torno a una soberbia mariscada. Objetivo: convencer a Jaime de Mora y Aragón para que encabece una candidatura que cope el ayuntamiento más goloso de España. Aunque el monóculo no se le cayó, Jaime sentenció que iba a ser que no.

Embutido con calzador en su sillón, Jesús Gil, ya presidente del Atlético de Madrid y con notorias promociones e ilegalidades perpetradas en la ciudad, escucha con medida sorpresa la broma «¿Y por qué no te presentas tú?. Se lo tomó al pie de la letra.

Dicho y hecho, aunque la digestión de las cigalas iba a resultar pesada. Incluso tóxica. Para Gil y, sobre todo, para la ciudad y sus gentes. Aún nos alcanza el regüeldo de aquella comilona.



Operación limpieza

Escenas primigenias: Un bailaor de pelo ensortijado, que tenía un tablao enfrente del actual pirulí, sale a por tabaco. No abandona el hogar, no, sale de verdad a por cigarrillos. Tiene mono de nicotina. Vuelve en media hora y su casa ya no existe. Una retropala la ha demolido. Orden de Gil. Luego lo amadrigó en el ayuntamiento.

Prostituta, haciendo más que la calle la circunvalación. Varias solían colocarse, ingenuas, cerca del Club Financiero Inmobiliario, la casa, palacio y ayuntamiento alternativo, los dominios de Jesús Gil. Se la llevan en volandas, le dan unas caricias que amoratan la piel, le arrancan los zapatos y la dejan tundida en un contenedor de basuras cerca de Ojén, a 10 kilómetros de Marbella. Se las apañe. No volverá, claro. Operación limpieza bis.

Guardacoches con zapatos que más parecen peanas. Pleno del Ayuntamiento. Con la gorrilla entre las manos, lloroso, tras el turno de ruegos y preguntas toca turno de súplica. Como vasallo ante el señor feudal solicita a don Jesús clemencia y un trabajo para su hija. Gil le espeta al delegado de Personal que a ver si puede hacer algo. Aplausos. Bueno, ovación. Se lo quita de enmedio y le dice al siguiente que se dé prisa, que ya es tarde: nueva petición de dádiva al alcalde benefactor que no cabe en su camisa.

Navidad. Palacio de Congresos. Presunto indigente. Pone cara de hambre para que le den el jamón (blanco, claro) que Gil les ha prometido. Desfila con el pernil como trofeo camino de casa. Marbella asiste a una procesión de penitentes con pata al hombro en vez de cruz aunque no sea Semana Santa. Miles de pezuñas al trote por la calle Ricardo Soriano.



Una historia conocida

Difícil es resumir los avatares de este pueblo. Es una historia conocida, amigo, que diría Serrat. Una crónica anunciada de una gangrena diagnosticada, difundida y que supura desde los primeros meses de su gestión. Pero nadie pareció darse por enterado, nadie sajó a tiempo la infección y la gangrena ha devenido en la septicemia que en estos días se jalea en titulares y abre informativos en todos los medios de comunicación. Incluso internacionales. Marbella vende y, desde hace tiempo, su costra, su mugre, más.

Jesús Gil y Gil, y el GIL, o sea su alter ego orgánico fundado a su imagen y mayor onomatopeya, puede vindicar hasta en estas horas cutres cuatro mayorías no ya absolutas sino abrumadoras. Apenas sin desgaste electoral incluso hasta en la última donde se presentaba Julián Muñoz.

Polémico desde inicio a fin, Gil, el gurú del ladrillo, el hombre hecho a sí mismo, retador y ufano, burlador hasta el sarcasmo de la legalidad municipal en su beneficio, se ha perpetuado. Aunque fue encarcelado tres veces, inhabilitado por 28 años y hasta fallecido, su herencia le sobrevive.



La ciudad de los banquillos

No ya sólo porque algunos devotos todavía aseguren (no ser rían, que va en serio) que en realidad se quitó de en medio para evitar condenas y que retoza orondo entre palmeras y cocoteros, vivito y coleando, al nivel de esas leyendas que propalan que Cristo terminó en Cachemira y Napoleón se salvó del arsénico en Santa Elena y agotó sus días como granjero franchute, sino porque tuvo descendencia. Política. Numerosa. Bastarda. También fiel porque le ha seguido los pasos a pies juntillas. El señor de los banquillos, Jesús Gil, hasta desde la otra vida marcó a fuego y sentencias a los herederos de su Marbetaria conversa en La Ciudad de los Banquillos. Judiciales, claro.

Sobre su sucesor, Julián Muñoz, de tanto firmar convenios y decretos urbanísticos que otros le preparaban, pende una inmediata no espada, sino reja de Damocles. Quien destronó a Muñoz, Marisol Yagüe, ya prueba la dureza del catre de la trena. También el factótum del régimen, la materia gris de todo el entramado, el primer gerente de urbanismo de Gil y posterior asesor personal de la alcaldesa, Juan Antonio Roca, el hombre clave en la moción de censura que aupó al triunvirato. Al trullo y con sus caballos de pura raza, su helicóptero, su soberbia pinacoteca, sus fincas y astados incautados. La otrora fusta de Gil, la socialista Isabel García Marcos, más de lo mismo.



Los comienzos de la gangrena

El desembarco de Jesús Gil en 1991 con una aplastante mayoría absoluta trastocó todos los esquemas políticos en este país. Pero los más altos dirigentes estatales le prestaron poca atención al fenómeno Gil. Se inquietaron poco. Ningunearon su poderío incluso cuando utilizó a su Atlético de Madrid como propaganda electoral. Los jugadores portaban el nombre de Marbella, gratis se suponía, en sus camisetas. Un órdago que años después le descabalgaría de la Alcaldía.

Fue sólo el ariete porque, además, repartió 50.000 vídeos casa por casa, colocó en el parking de un hipermercado un vagón del fantasmal tren monoviga que iba a construir sobre la tubería de agua de la Costa del Sol, que no hacía más que romperse, y cosechaba votos en mítines multitudinarios. Llenaba carpas de circo con discursos circenses. Pero efectivos.

En 1991 Jesús Gil arrasó en Marbella logrando 20 de los 25 concejales de la corporación, borró del mapa a PP e IU, y redujo a la mínima expresión, apenas dos ediles, al robusto movimiento independentista de San Pedro Alcántara.



Gancho electoral

Su anzuelo fue diáfano: seguridad a toda costa, limpieza hasta tener Marbella como una patena, desarrollo urbanístico sin trabas para convertirla en la ciudad mundial del turismo y dinero a espuertas. A repartir. Pronto se supo que no tanto para el municipio como para sus alforjas y las de sus gregarios.

Algunas de sus promesas producían años después sonrojo: nadie supo que fue del tren bala, del aeropuerto, del polideportivo cubierto mejor de Europa, de cuatro rascacielos de cristal de más de 20 plantas, de la isla con casino, de un portaaviones como alternativa al incipiente botellón, del auditorio en La Cantera, del palacio de congresos, del puerto deportivo clon de la marina de Miami...



Sus poderes

Encandiló al personal, qué duda cabe. En uno de los plenos en los que se estrenó -agosto de 1991- en loor de multitud, casi de santidad, pasaportó 124 puntos como se tragaba a la noche las paletillas de cordero. Como pinchitos. La oposición supo a qué atenerse.

Se instauró el ordeno y mando, el ninguneo y el desprecio. Única salida: los tribunales de justicia, lentos como caracoles en papel de lija. Un botón de muestra: la primera paralización de una obra flagrantemente ilegal tardó ocho años en llegar. Hoy hay casi 400 actuaciones urbanísticas recurridas y 30.000 viviendas ilegales levantadas y sólo se han celebrado tres juicios por delitos urbanísticos.



La impunidad al poder

Gil se granjeó el fervor de la mayoría de un pueblo que, justo cuando se produjo el repunte de la economía y del sector turístico, agradeció sus notorios logros. Limpieza, seguridad triplicando la plantilla de la Policía Local y ornato uniformando la ciudad de turquesa, tachonándola de palmeras y serruchando las vallas publicitarias.

Actuaciones impactantes, efectistas, por las que hasta se le perdonaba a Gil que apareciera en remojo en un chusco programa televisivo: Las Noches de Tal y Tal. En su salsa. Flotando.

El régimen derrochaba en imagen y en presupuestos: 13.000 millones de pesetas el primer año cuando el anterior apenas si alcanzaba los 8.700. Hubo fases. Primero las piquetas y excavadoras. Luego, las grúas. El ADN del régimen quedaba tatuado en la prensa: derribos, querellas a porrillo a un Gil lenguaraz, Rolls Royce municipal, reparto de escuditos del Atlético en las procesiones de Semana Santa, mulatas del Tropicana en Banús, helicópteros rusos que nunca volaron a la Expo, limusina tan kilométrica como cascada, avión municipal que nunca alzó el vuelo.... Desmesura, una gestión volatinera y una enorme sensación de impunidad caracterizaron esta etapa.



Punto de inflexión

Conflictos sí surgían, pero Gil parecía salir siempre sobrado. A portagayola hasta que traspasó la delgada línea roja. La frontera del Estrecho. Su expansión no ya sólo en ayuntamientos de la Costa del Sol sino, sobre todo, el asalto a las almenas de Ceuta y Melilla le perdió. Esa ambición, siempre lo refería, fue su ruina. El severo marcaje a su gestión empezó a pasar factura. Despotricaba del PSOE por su frecuentación de los tribunales, de los medios de comunicación, de la Fiscalía Anticorrupción, con Castresana y Villarejo en la diana, del juez Santiago Torres, el «demente» -según Gil-, que le encarceló, de la Cámara y el Tribunal de Cuentas que le fiscalizaron y procesaron por distraer más de 60.000 millones de pesetas, de Aznar al que urdió su asesinato civil y la persecución judicial a la que estaba siendo sometido. Gil contra todos.



Aceras en el campo

En el frente urbanístico no le fue mejor a Gil y al gilismo, ya transmutado en una especie de religión. Su modelo de desarrollo no pasaba ya por ponerle puertas al campo sino directamente por adoquinarlo. Propició una guerra abierta, que aún perdura, con la Junta de Andalucía. Tarde y renqueante llega la iniciativa para retirar las competencias urbanísticas al Consistorio.

Gil no reconoció nunca un fallo hasta su derrocamiento. Legal, judicial, lento, pero derrocamiento a la postre, más que inhabilitación. Gil era rey de su reino y bajo su égida convirtió a Marbella en su ciudad talismán. Amén de su finca. Se ufanaba de que la había aupado como joya de la corona del turismo no ya nacional, sino mundial. Según sus cálculos, un maná cuantificable: un billón de pesetas en inversiones privadas. Pero Marbella se despeñaba en caída libre pese a haber percibido 153.000 millones de pesetas de plusvalías en casi una década de mandato municipal.



Expansión letal

De tapadillo logró las alcaldías de Estepona -con su hijo Jesús con la vara de mando-, Manilva, Casares, La Línea de la Concepción y San Roque, y consiguió ser la lista más votada en Ronda y en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Ceuta cayó en el saco después para Antonio Sampietro, su antiguo concejal de Urbanismo y teniente de alcalde de San Pedro Alcántara.

La corrupción y el enriquecimiento del entorno GIL era notorio pero el pueblo miraba para otro lado. Lapidario: «Jesús Gil roba, pero por lo menos hace... cosas por la ciudad, pero los otros robaban y no hacían nada». Sus aventuras en la política autonómica (1996) y nacional (1999) acabaron en fiasco. El principio del fin porque ya llegaba también la morosa acción de la justicia.

Pedro Román, el alcalde accidental más activo de España porque Gil siempre andaba fuera -nunca estaba ni se le esperaba, mandaba a golpe de móvil- dimitió a los pocos meses. Alegó motivos personales pero ya deshojaba imputaciones judiciales que le llevaron también a la cárcel. Otra defección sonada fue la del abogado José Luis Sierra, el cerebro que permitió el desembarco de Gil y que logró evitarle durante más de un lustro el camastro de la cárcel de Alhaurín. Al final, él mismo acabó allí por el caso Camisetas. A Gil lo más suave que le decía era caballo loco. Como otros, pensaba que el Ayuntamiento de Marbella no tenía un problema político sino psiquiátrico.

En enero de 2000 el Tribunal de Cuentas, que fiscalizaba a Gil por mandato parlamentario, detecta la punta, más bien cumbre, del iceberg. Unos 65.000 millones de las antiguas pesetas sin justificar.



Abandono

Tras driblar durante años las condenas penales, tuvo que desterrarse de la Alcaldía de Marbella en abril de 2002. El caso Camisetas arrebató el báculo al hombre durante cuyo de mandato Marbella triplicó el número de vecinos (de poco más de 50.000 a más de 150.000 personas) y acogía a 60.000 obreros andaluces en pos del maná del hormigón. Se jactaba de que era la ciudad con más grúas de España. Una vez que lo dijo en una reunión con sus fieles, una señora que había hecho cola para sentarse en las primeras filas le interrumpió: «A mí me lo va usted a decir, que he venido a escucharlo y una grúa se ha llevado mi coche».

Gil, a carcajadas, explicó a la devota que se refería «a las grúas que dejan dinero, mujer». Luego llegó Julián Muñoz. Candidato a regañadientes del GIL a quien Gil no soportaba. Mucho menos cuando empezó a volar solo y se enredó en los faralaes de Isabel Pantoja. Cometió otro error: destituir a Juan Antonio Roca como gerente de Urbanismo. El relevo empezó a cocinarse entre bastidores.



Moción de censura

Jesús Gil tildó de traidor a Julián Muñoz en privado y en público. No le guardaba lealtad, rezongaba. La moción de censura que acabó con el vodevil rosa y tomatero de Muñoz vino de la mano tanto del propio Gil como de Roca, el hombre en la sombra, la mano y la mente que mecían la caja, la cornucopia urbanística.

Julián cometió asimismo el pecado de colocar a sus fieles en los mejores puestos de salida y remuneración, postergó a los apegados a Jesús Gil a ser simples comparsas y ninguneó a la oposición pese a sus declaraciones almibaradas.

Fue en 2003 cuando tuvo que decir adiós a la Alcaldía. Disfrutó apenas un año de su mayoría absoluta. La elegida para sustituirle merced a una rocambolesca coalición fue Marisol Yagüe, hasta entonces delegada de Participación Ciudadana.



Tránsito folclórico

Marbella, pese a la crisis folclórica y su continuación rociera (Marisol era solista del Coro de Marbella), había cambiado su faz. Las máquinas seguían bruñiendo las calles y la policía se había triplicado, aunque el clan de gobierno del GIL acumulaba denuncias a porrillo por recalificaciones ilegales, reconversión de zonas verdes en frondosos bloques de hormigón, utilización de dineros públicos para cambalaches y un largo rosario de irregularidades denunciadas. Además, el Ayuntamiento estaba en absoluta bancarrota y el PGOU empantanado.

El tripartito formado por Marisol Yagüe, el andalucista Carlos Fernández y la socialista -expulsada rauda del PSOE- Isabel García Marcos era una amalgama de difícil digestión. Se vio pronto cuando Fernández fue relevado de sus responsabilidades, aparte de que también lo inhabilitaron judicialmente por su gestión anterior en la concejalía de Deportes. En los tiempos de Gil. Tiempos de plomo en la laringe y de seda en las carteras.



Promesas fáciles

Yagüe prometió nada más tomar posesión que demostraría que no había «nada turbio en la moción de censura». Poco después los palos del sombrajo cayeron con estrépito sobre una corporación que más parece un puzle. Su enfrentamiento con la Junta de Andalucía a cuenta de la revisión del PGOU sólo fue el principio de la debacle, de la traca final. Esto ya no es historia, sino pura y dura actualidad desde que el juez Miguel Ángel Torres decidió esta semana, con el apoyo de la Unidad Contra la Droga y el Crimen Organizado (Udyco) y la Fiscalía Anticorrupción, coger el bisturí para sanear la trama corrupta que durante más de tres lustros, dicen los papeles, ha ordeñado Marbella. Más de 10.000 personas en la calle, cuando ya la alcaldesa, Roca, e Isabel García Marcos pisaban calabozo clamaban por la regeneración democrática de un Ayuntamiento putrefacto.

La sombra de Gil y GIL es alargada, pero de toda la tramoya montada destaca ahora uno de los personajes que procuraba no salir nunca en escena. Lo suyo era el backstage, la producción de la obra. Ejecutiva. Lo habíamos contado pero nunca se había puesto negro sobre blanco en autos judiciales.



Caza mayor

Su cabeza le funciona como un ordenador, pero más parece una caja registradora. Roca ha dirigido, con voz tonante y tiralíneas pródigo, la política urbanística municipal en toda la era GIL. Incombustible, como responsable de Planeamiento 2000 o asesor personal de Yagüe, el tótem del urbanismo tenía mando en plaza. Y haciendas. El más hábil recolector de pura leche de ladrillo es un personaje singular: mago de las recalificaciones, chamán del suelo que convertía lo rústico y verde en edificable. Eso sí, sus bocetos siempre acababan en una máquina trituradora de papel, su inseparable compañera.

Por su despacho peregrinó todo aquel que quería construir en Marbella. A ser posible mucho y con la chequera fácil. Pese a muñir más de 400 convenios se cuidaba de no firmar nada. Amante de los caballos, de los relojes caros, de las antigüedades, de la caza y muy mucho del arte. Nacido en Mazarrón (Murcia), recaló en Marbella con empresas inmobiliarias de las que salió maltrecho. Sus socios le denunciaron.

La oposición y Anticorrupción hace tiempo que detectaron su desaforado patrimonio, nunca a su nombre, como su finca en San Pedro Alcántara que albergaba más de 100 sementales de pura raza española. El más barato, unos 60.000 euros. Rebosaba de testaferros. Sus dos hijos estudiaron en Londres y su mujer alardeaba de comprar por más de 600 euros perritos en París. Dos o tres veces al año practicaba una de sus aficiones favoritas: la caza mayor. No ya en cotos nacionales, a los que a veces se desplazaba en helicópteros que él mismo tripulaba, sino en Rusia, Australia o África.

Los trofeos, cabezas cercenadas de jirafas, leones, elefantes y hasta osos blancos, sorprendieron a los policías en el registro. Ballenas blancas no había. De milagro. A su vera, en la misma trinchera, quien lo iba a decir, García Marcos, almidonada de pasta. En bolsas como las que Gil manejaba no hace tanto. Ver para creer.

Quizá esta vez sí que sí se produzca la catársis y Marbella recupere su dignidad, su sosiego y su imagen. Nunca tan mancillada. Reclamar la leche ordeñada se antoja más complicado.