un año como papa

De la imagen oscura de Ratzinger a la de un Papa discreto y solitario

Benedicto XVI ha conseguido imprimir un 'tempo' y un tono distintos, con un mensaje centrado en la esencia del cristianismo

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Ha pasado un año sin Juan Pablo II y el primero con Benedicto XVI. El 2 de abril de 2005, a las 21.37 horas, fallecía Karol Wojtyla y cerraba el tercer pontificado más largo de la historia, más de 26 años. Este cuarto de siglo decisivo al frente de la Iglesia católica es una herencia enorme que aún debe ser asimilada y necesita tiempo para una perspectiva, pero su sucesor ha marcado ya una distancia. A lo largo de este año se ha empezado a descubrir un nuevo Papa completamente diverso en algunos aspectos y otra forma de gobernar la Iglesia. En el Vaticano parece haberse hecho silencio, como después de una fiesta bulliciosa, se ha reducido el protagonismo del pontífice, con menos frenesí de actos, y en general, se ha impuesto una cierta sobriedad. Benedicto XVI ha conseguido imprimir un 'tempo' y un tono distintos, con un mensaje centrado en la esencia del cristianismo.

Tras unos primeros meses de contacto con su nueva condición, teniendo sobre sí los ojos del mundo, Ratzinger comenzó a definir su estilo en agosto, con el viaje a Alemania, firmó su primera encíclica, Deus caritas est, en enero, y acaba de nombrar sus primeros cardenales. Pese a la gigantesca sombra de su predecesor, en todo momento ha parecido que sabía lo que estaba haciendo y se intuye que tiene una idea muy precisa en la cabeza de lo que será su mandato. Pero habrá que verlo, porque parece de evolución lenta. De momento, al final de este primer año Benedicto XVI empieza a ser comprendido. Sólo hay que comprobar lo lejana que parece ahora su tenebrosa imagen de inquisidor y 'panzerkardinal'. Ya no da miedo y, en cambio, produce curiosidad.

Se debe sobre todo a lo que dice, no a lo que hace. En realidad no ha hecho mucho, aunque ha tomado un puñado de iniciativas muy meditadas. Su terreno es éste, el de la reflexión y las determinaciones. En cambio, apenas genera fotos y no protagoniza escenas reseñables. No es un Papa de gestos, sino de ideas, basta observar lo poco que le importa su imagen o su auditorio. En las ceremonias, no son raros los momentos en que parece absorto o ajeno a la solemnidad cuando le encuadran las cámaras.

Básicamente, aspira a que se le escuche. Juan Pablo II proclamaba y arrastraba, se dirigía a la humanidad. Benedicto XVI es un Papa discreto que habla casi en voz baja y argumenta la fe, conversa con el hombre moderno, escéptico y lleno de dudas. En Italia, con una prensa receptiva y atenta con el Vaticano, se percibe nítidamente este perfil, pero la pregunta es si un Papa tan poco mediático puede traspasar hoy en día las fronteras.

Parón y reflexión

Al principio parecía que el Papa no hacía nada. Según ha confesado Vittorio Messori, escritor, experto en el Vaticano y amigo de Ratzinger, hubo momentos en los primeros meses en que llegó a pensar: "`¡Santidad, muévase!". Los tres primeros meses fueron de pocos gestos, los justos, y unas largas vacaciones en el Valle de Aosta.

Quien conoce a Benedicto XVI cuenta que, cuando llega a un cargo, deja las cosas como están durante un año. Luego empieza a actuar. Ya se empieza a ver, porque comienzan a moverse cosas en todos los frentes, pero al margen de esto lo cierto es que el estilo diario del Papa es mucho más pausado que el de Wojtyla. Él se toma su tiempo y lo emplea con precisión, yendo al grano. Las audiencias privadas se han reducido en un 70%. No recibe a cualquiera y se ciñe a lo estrictamente necesario. Ha habido días en que el parte diario de actividades de la oficina de prensa estaba vacío, algo impensable con Juan Pablo II, incluso cuando estaba enfermo.

Por otro lado, al Papa no le gusta demasiado la pomposidad y la ceremonia. Las beatificaciones ya no las celebra él, sino cada diócesis por su cuenta. En cambio, escribe casi todos sus textos él mismo, cuando Wojtyla tenía todo un equipo de colaboradores a su alrededor que producía documentos a toda máquina.

Agosto: el viaje a Colonia

El viaje a Colonia de agosto de 2005 significó en muchos sentidos la consagración del nuevo Papa. En primer lugar por el mero hecho del viaje, asumiendo un papel tan asociado a Wojtyla y haciéndolo suyo. Y además, por ser su primer contacto con las masas y con los jóvenes. En Colonia, Ratzinger encadenó discursos potentes y de gran calado, dejando una impronta nueva como orador claro y profundo. Ha sido su único viaje, y ya estaba previsto por su antecesor. Este año consolidará esta faceta con visitas a Polonia en mayo, Valencia en julio, Alemania en septiembre y Turquía en noviembre. En cualquier caso, al contrario que Juan Pablo II, hará cuatro o cinco viajes al año como mucho.

Octubre: el Sínodo

El sínodo sobre la eucaristía celebrado en octubre de 2005 fue el primer contacto de Benedicto XVI con el órgano más participativo de la Iglesia, un gran 'congreso' que reúne a cardenales y obispos de todo el mundo. En esta cita se puso de manifiesto que le interesaba el debate interno y escuchar opiniones: creó una hora de intervenciones libres al final de cada jornada, una idea innovadora que dio mucho juego. Por otro lado impuso la censura informativa sobre lo que se discutía, como ya había hecho en las reuniones previas al cónclave que presidía. Esta impresión de una mayor colegialidad, uno de los eternos reproches que algunos sectores hacían a Wojtyla, se ha confirmado en marzo con la reunión que mantuvo con todos los cardenales. Ha repetido varias veces que les considera como "una especie de Senado" de la Iglesia y que les convocará a menudo. Esta tendencia a la consulta y al debate es sin duda una de las mayores innovaciones. Lo dijo nada más ser elegido: "Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad".

Enero: la encíclica

La encíclica Deus caritas est (Dios es amor) confirmó lo que se había ido percibiendo del particular 'estilo Ratzinger'. Es un texto escrito de forma casi didáctica, muy racional, y que además habla de sexo. Dejó claro que este Papa cree en la fuerza de la razón como elemento de conversión, un factor novedoso y que delata a un profesor, formado en la universidad de los sesenta, con una mentalidad cercana al hombre europeo actual. También destacó la esencia de la Iglesia en la caridad, el valor más auténtico y creíble de la institución. En conjunto, supuso un mensaje inesperado e interesante, aunque no pareció una primera encíclica ambiciosa.

Febrero: reforma de la curia

A Ratzinger le aburre la burocracia y el barroquismo administrativo romano, y se sabía que quería meter mano a la Curia, un ente con 3.000 empleados. El recorte de organismos se abrió con la unión de cuatro pontificios consejos en dos, un preámbulo de lo que será una reducción progresiva de la estructura de la Santa Sede. El hecho de que sólo hubiera tres miembros de la Curia entre los nuevos cardenales confirmó esta nueva línea. El secretario de Estado, Angelo Sodano, será uno de los próximos en caer según todos los pronósticos, y también serán sustituidas figuras características de la 'era Wojtyla', como el maestro de ceremonias, Piero Marini, y el portavoz, Joaquín Navarro Valls, que a lo largo de este año apenas ha tenido visibilidad.

Ratzinger no tiene una camarilla a su alrededor y su apartamento no vive el trasiego de invitados de Juan Pablo II. Apenas tiene un reducido círculo de colaboradores, con su secretario Georg Gaenswein al frente, pero no comenta nada con nadie. De hecho, las filtraciones y rumores del Vaticano se han reducido drásticamente.

Marzo: nuevos cardenales

Los primeros 15 cardenales que ha nombrado Benedicto XVI indican, además de una pérdida de peso de la Curia como medio de promoción jerárquica, una atención por prelados bien formados y de sólida disciplina, desde el arzobispo de Bolonia, Carlo Caffara, al de Toledo, Antonio Cañizares. Otro factor importante era la presencia asiática, con tres purpurados, y especialmente el obispo de Hong Kong, primer cardenal chino de la historia (sin contar los de Taiwán). El restablecimiento de las relaciones con China, interrumpidas en 1959, es uno de los grandes retos de este pontificado.