ANDRÉS TRAPIELLO ESCRITOR

«Las palabras están vivas, la prueba es que mueren y nacen otras»

Acaba de publicar 'El arca de las palabras', un atípico y personal diccionario

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Tiene el aire tranquilo de un humilde artesano del lenguaje, de un vocacional arquitecto de las letras siempre dispuesto a pasar sus días experimentando entre alambiques de sentidos, de recuerdos y palabras. Andrés Trapiello decidió un día detenerse en ese crisol de herramientas que era su viejo diccionario de Calleja. A partir de entonces y durante casi treinta años fue examinando íntimamente la raíz de cada palabra, el complejo engranaje de intimidades propias y colectivas de cada significado. Publicados en La Vanguardia entre 2004 y 2005, estas definiciones fueron conformando un insólito diccionario que la Fundación José Manuel Lara acaba de sacar a la venta. El Arca de las Palabras es más que un glosario o catálogo de términos, es un profundo discurrir por las realidades últimas del propio Trapiello, un libro «inútil» y al tiempo precioso, un volumen imprescindible si se quiere ahondar en ese pacto colectivo al que llamamos sentido.

-El Arca de las Palabras retoma la tradición de los grandes aforistas, ¿Estaban Gómez de la Serna o Juan Ramón en su cabeza?

-Este libro participa de muchas cosas al mismo tiempo. No es un catálogo de máximas, tampoco de definiciones, ni de imágenes. Trato de mostrar qué es para mí cada palabra. Son significados que, perfectos o imperfectos, me resultan completos en los muchos registros que lo configuran. Para mí es un libro esencial porque también tiene mucho de memorias y de experiencia personal. Su origen tiene que ver con la decisión de pensar en las palabras de una manera sosegada y consciente.

-¿Se conoce mejor a Trapiello a través de estas páginas?

-Sí, si es que existe algún interés... Yo no me considero una persona muy interesante y, por supuesto, lo soy menos que las palabras... Pero sí es cierto que se pueden extraer mis opiniones sobre el arte, la política o la poesía.

-Después de haber trabajado tanto con ellas, ¿qué poder pueden llegar a tener las palabras?

-Las palabras lo son todo y además lo son para todo el mundo. Lo que ocurre es que hay sentimientos inefables, por eso hay que darles su valor justo. No todo está en ellas, ni siquiera en la literatura. Tan importante como ellas es el alma que traen consigo. Yo nunca vendería la mía por una palabra. Valen lo que valen, pero no mucho más. No hay que infravalorarlas ni celebrarlas en exceso, lo importante es lo que llevan dentro.

-Ha reunido alrededor de 4.500 vocablos, ¿qué condiciones han tenido que cumplir?

-Son las palabras sin las que me sería imposible decir lo que siento. Faltan alrededor de 60.000 entradas y, entre ellas, hay algunas importantes para mí... pero no todos los momentos tienen que ser sublimes, hay palabras para cada periodo de la vida. Ahora, si me quitaran las que he seleccionado en este libro, me quedaría mudo.

-Ha dicho que las palabras son seres vivos...

-Absolutamente. La prueba es que a menudo se mueren y nacen otras nuevas. Las muertas son llevadas por los académicos a una especie de depósito de donde son rescatadas por los escritores y por la propia gente. Además, una palabra suena de una manera u otra dependiendo quien la pronuncie, Como decía Sancho Panza con el «vino hijo de puta», en ciertos casos un insulto puede ser un elogio.

-Las definiciones se fueron publicando desde el Día del Libro (23 de abril) de 2004 al Día del Libro de 2005 en La Vanguardia, usted ha llamado la atención de que fuera un rotativo catalán el que se atreviera...

-Me parece muy importante y me llena de orgullo porque demuestra que las cosas no son tan lineales como algunos quisieran. No estoy muy seguro de que un periódico nacional hubiera acogido el proyecto con tanto entusiasmo y entrega. Sospecho que no.

-¿Quizá por afán del purismo y miedo a la experimentación?

-Puede, pero es que esa es la función del escritor, la de punzar la Lengua y ver si goza de buena salud. Lo que se sabe sentir se sabe decir y hay que investigar cada día para saber si podemos hacerlo.

-¿Cómo quisiera que la gente se acercara al libro?

-Es un libro atípico y hasta innecesario que pudiera no haberse publicado nunca. Me gustaría que la gente lo leyese por orden porque a pesar de que el picoteo es goloso y tentador, no lo creo positivo en esta obra llena de referencias a sí misma. Me gustaría que se leyera como se ve una película de Chaplin, con una sonrisa en la boca, haciendo pensar, contrastar y, de paso, aprender un poco.