Cultura

La supervivencia de una obra

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La primera musa en trascender más allá de su imagen, su carácter o deslumbrante simpatía, se colgó un día del cuello el objetivo para el que tanto había posado. Modelo antes para su padre y más tarde para Man Ray, se diferenció del resto de las maniquíes en su capacidad para absorber conocimientos que le llevaron, al comenzar la II Guerra Mundial, a fotografiar algunas de las más absolutas crueldades de los nazis.

«Su personalidad, su ambición, su vocación y su miedo al aburrimiento la hicieron llegar a al límite, del cual regresó con una falta de coraje que casi le costó todo lo que tenía», afirma Prose.

Miller fue al encuentro de Man Ray cuando éste era ya una leyenda y descubrió para él la técnica de la solarización. El fotógrafo sería su segunda pasión después de su padre, responsable de las cientos de instantáneas en las que de niña posaba desnuda.

Después vendría el trabajo para Vogue como modelo y más tarde como fotógrafa, alternando sus imágenes de campos de exterminio con otras de pases de sombreros. Fue amiga de Dalí y Picasso, estrella de la primera película de Jean Cocteau y se casó con el pintor surrealista Roland Penrose con quien tuvo un hijo.

A partir de los 50, abominó de la fotografía para refugiarse en la cocina. Sus fotos fueron rescatadas por su hijo poco después de su muerte en 1977. Sólo su curiosidad le llevó a rescatar un legado de 500 positivos y 40.000 negativos. Un legado impresionante a la altura de los grandes de su siglo.