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Los últimos días de la caoba

La demanda del consumidor occidental y el desinterés político dilapidan uno de los principales activos del Amazonas: el 'oro rojo'

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Las últimas centenarias y robustas caobas están cayendo a golpe de motosierra en los confines de la selva peruana. Con ellas, las comunidades indígenas aisladas del mundo y varias especies animales en peligro de extinción. Las causas, muchas y variadas, pero sobre todo una: la demanda en los mercados occidentales estimula a los madereros ilegales a esquilmar la más importante selva del mundo por un puñado de árboles.

La asociación ecologista Greenpeace ha documentado en los últimos años casos flagrantes de tráfico ilegal de madera tropical en el Amazonas. El último en un reciente informe donde investiga cómo se realiza la compra-venta de un cargamento en un Estado de Brasil con la complicidad de las autoridades medioambientales.

Se trata, por lo general, de historias negras plagadas de destrucción, corrupción, explotación y sangre. Y en ellas la caoba amazónica es protagonista. Conocida como oro rojo por su gran valor en el mercado, se encuentra en fase terminal y las autoridades medioambientales de Naciones Unidas decidieron incluirla en la lista CITES de especies amenazadas, junto a otras 30.000 clases de flora y fauna del planeta tierra.

En Perú, país que ha cogido el relevo de Brasil en la exportación de caoba, la organización WWF/Adena alertó hace unos meses de que al ritmo actual de explotación no le quedan ni diez años de vida. Una lenta agonía en la que EE UU, Canadá y España tienen mucho que decir, ya que son los principales importadores de caoba peruana.

Panorama delatador

En la reserva nacional Pacaya-Samiria, en plena selva amazónica peruana, el panorama es delatador. Balsas de caoba ilegales navegan a plena luz del día; aserraderos repletos de troncos colorean el entorno; grandes cargas se apiñan en las laderas; y la ausencia de la autoridad muestra que no existe voluntad para cambiar la situación. «Menuda impotencia, es un final anunciado», clama Luis Salas, voluntario de la reserva, mientras ve a una balsa ilegal de caoba cruzar cerca de un barco de la marina peruana sin que nada ocurra.

Negocio redondo

Para los madereros limeños el negocio es redondo. José Álvarez, un biólogo del Instituto de Estudios Amazónicos, explica que: «de una caoba normal de 120 centímetros de grosor de la que los nativos reciben entre 5 y 50 euros, cuando no bienes de consumo, se paga en el mercado peruano a unos 30.000 euros, en el mercado internacional la cifra se multiplica por tres o cuatro y transformada en muebles de lujo por 10 ó 20».

Para Álvarez, los grandes beneficiarios son «las grandes mafias, que con agentes de distinto nivel comercian y exportan caoba legal luego de haber falsificado los permisos forestales y las cifras del inventario».

El biólogo critica la blandura de la ley peruana y pide una decisión política que declare la caoba en veda temporal hasta que la situación varíe. También que se establezcan «mecanismos limpios» de certificación forestal, como el sello de calidad FSC en la compra de productos de madera; hoy sólo implantado en 43 de las 1.300 empresas españolas del sector. ¿Y el consumidor? «Que al menos mire la procedencia de la madera que compra», señala.

Sin el apoyo de Europa

En marzo pasado se reunía el grupo de revisión científica de flora y fauna salvaje de la comisión europea. Encima de la mesa, la caoba peruana. Las ONG's había expresado su preocupación por la situación de la apreciada especie y habían pedido la suspensión total de las importaciones.

Todo parecía indicar que el citado grupo científico vetaría su comercialización en territorio europeo. Pero a última hora, tras la reuniones mantenidas por la cancillería y la embajada peruana en Bruselas con entidades públicas y privadas, cambió de opinión y acordó que Perú siguiera exportando caoba con la condición de establecer una cuota sobre la base de mayor información científica. Desde entonces, ni la cuota ni la certificación de la madera exportada se han aplicado con rigidez. En 2004, por ejemplo, los servicios del Seprona aprensaron 12.636 metros cúbicos de caoba (unas 350 árboles tableados) en el puerto de Valencia.