OPINIÓN

La Universidad ya no es lo que era

«Para mí ser universitario, humildemente y sin ánimo de crear absolutos, pues eso se lo dejo a los catedráticos, es otra cosa»

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Hay pocas cosas en la vida que una persona pueda mitificar tanto como sus años de Universidad. Pasa igual con la juventud, que normalmente va de la mano. Yo tuve la suerte de no tener que currar en esos años. Recuerdo que una vez caminando con mi padre por Granada me dijo que esa era mi herencia: Estudiar, solo eso, que no es poco.

Primero empecé Historia y luego me metí a Literatura, donde conocí a un profesor que luego terminó por ser mi amigo. Daba Retórica y me encantaban sus clases. Yo me sentaba en primera fila. Duró tres semanas el impulso porque, al poco tiempo, me enamoré de una compañera de curso y, en el idilio, acabé por pisar más bien poco la asignatura durante otras tantas semanas. Saqué un cinco, pelado. A lo mejor eran algunas décimas más, pero a lo justo. No era nada personal, la situación se dio bastantes veces durante el tiempo que estudié. No tuve un currículum brillante, pero ya te digo que lo volvería a hacer todo de la misma forma.

Primero porque como se ama con 20 años ya no se ama nunca. Segundo, porque es con esas pequeñas anécdotas con las que se construyen esos mitos personales de cada uno y la belleza, pienso últimamente, solo se conoce a bocados. Y tercero, y por ende, porque de aquello se aprendía. Vaya si se aprendía. Sobre todo que la vida no se vive en una silla y que el conocimiento si no sirve para que ésta sea más plena, apenas sirve para nada.

Te cuento esto porque desde hace algo más de un mes hay un catedrático universitario, de Granada justamente, que no para de salir en los periódicos por una suerte de 'carta viral' a sus alumnos. Seguro que lo has escuchado por ahí y si no, te lo resumo. El texto se llama 'Querido alumno universitario: Te estamos engañando' y viene a decir que los chavales de ahora, ya sabes, solo están con los móviles, que vienen medio tontos del instituto, que no saben escribir y que las asignaturas han bajado el nivel porque, evidentemente, poco más se puede hacer ante tamaña panda de mastuerzos. El resultado es que el pobre hombre ya no enseña, sino que engaña.

No hace falta haber estudiado literatura para saber que no hay nada de novedoso en el argumento. Lo de que la civilización se va a la mierda por culpa de jóvenes descarriados lo decían hasta los griegos antiguos. Lo interesante, yo creo, es lo que se esconde detrás. Ese paternalismo de manual que compite con el mal envejecer de algunos tiene su razón de ser en que, efectivamente, la Universidad ya no es lo que era. Como sucede con casi cualquier cosa cuando pasan 30 años. La cuestión está en qué era. Para qué sirve.

Hay quienes piensan la Universidad como una sucursal de empleo para las empresas. La mayoría de veces precario, por cierto, aunque tiene su lógica teniendo en cuenta que, según lo descrito, entramos siendo medio lelos y salimos, encima, engañados como lelos al completo. Otros, como también cita la dichosa carta, dicen que la Universidad está para crear «élites intelectuales». A mí esta segunda afirmación me chirría porque yo pertenezco a una generación que, como muchas otras desgraciadamente, vio cómo algunas de sus mejores mentes se quemaban poniendo copas o se volvían al pueblo porque perdieron su beca o tenían que ayudar en casa. A mí los dos argumentos, en definitiva, me dan un poco de alergia, porque cuando percibo cierto clasismo últimamente me dan ganas de vomitar y me pone mal cuerpo.

Para mí ser universitario, humildemente y sin ánimo de crear absolutos, pues eso se lo dejo a los catedráticos, es otra cosa. Una forma de estar en el mundo. Curiosear, observar, aprender a ser crítico. Pensar, acercarse mínimamente a ser libre. Estudiar, leer, esforzarse, por supuesto, pero respetar al mismo tiempo una tradición que no tiene que ver con un Power Point, ni con la buena letra, ni con la rectitud intelectual, sino con la vida misma. Esa que en nuestro país se puede husmear desde los Goliardos en la Edad Media hasta las rabonas de cualquier grupito en la terraza de una Facultad charlando de lo divino y lo humano en este preciso instante. Por Dios, si Lorca no dio pie con bola cuando estudiaba Derecho. Luego, pasa lo que pasa, y confundimos el humanismo con el coaching, el saber con la verdad y a los «alumnos ilustres» con los «alumnos estrella». Al final, claro, ilustrados, pocos, y estrellados, a los hechos complutenses me remito, demasiados.

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