LA TRIBU

¿Será por el color?

Creo que lo que más influye en los impuestos de Trump es el color de la aceituna

Trabajos de recogida de la aceituna en la localidad sevillana de Arahal EFE
Antonio García Barbeito

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Parece que se echa cúrcuma en polvo para peinarse. Carita de salmonete con maquillaje de payaso y con gestos que tienen más peligros que los amagos de un tigre. Dice el paisano que lo ha visto de perfil en la tele que parece que lleva una gorra de estropajo. Lleva razón. De estropajo teñido con colorante alimentario. Tiene de déspota todo lo que puede tenerse, y de machista, seis tallas más de la intolerable. A la vista, lo mejor de él está en su cercanía, y no son sus guardaespaldas. Es un resultado híbrido de populismo y capitalismo. Hay quien dice que su actitud es porque vela por los intereses de su país, pero yo no descarto que lo que pretenda es adueñarse del mundo y que el mundo sea su país soñado, y eso ya es muy peligroso. En fin, a mí todo eso puede darme igual, si no se pone canalla con los productos españoles que tanto han colaborado con la cocina —es un decir— estadounidense. Si el que parece teñido con colorante alimentario le mete el cuchillo a las aceitunas negras, sobre todo a las andaluzas, producto del oxígeno, las llamadas Perlas del Guadalquivir, y se pone con el cuchillo de los aranceles a sacarles rodajas de impuestos, es para negarle el pan y la sal en lo que podamos. Lo que no podemos hacer es aguantar la cabronada que le está haciendo a un producto que da tantos puestos de trabajo y después volvernos locos abriéndole las puertas de lo que el señor diga. Hay que echarle la cruz, o ponerse en el mismo plan que se ha puesto él, en las condiciones de negociación de otros asuntos.

De todo lo que el llamado Trump se trae con las Perlas del Guadalquivir, creo que lo que más influye en la subida de impuestos es el color de la aceituna. Si en la vida todo es según el color del cristal con que se mira, en las negociaciones comerciales con los Estados Unidos que preside Trump todo es según el color del producto. Y las Perlas del Guadalquivir son negras como bolitas de azabache, negras como las lágrimas de la canción, negras «como el carbón», como decía Valderrama que la amada vería su corazón, si él se lo abriera «con un cuchillo.» El problema va a ser el color de las aceitunas. Porque, claro, con esa cara de azafrán viviente que maquilla como puede para igualar el pastiche, este ve una Perla del Guadalquivir y lo menos que se le ocurre es subirle el arancel. Con Obama, las Perlas del Guadalquivir toreaban en el patio de su casa cuando llegaban a los Estados Unidos, pero con Trump tienen que sentirse como Kunta Kinte en la boda de la hija del amo. Pues, ¿saben lo que digo? Que si es por color, el que tiene cara para cobrarle impuestos gordos es él.

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