Ricos y pobres

«Aquel es el que amontona dinero; éste es el que amontona tiempo sencillo, amigos y felicidad»

Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Son los más ricos, y no lo saben. Ni quieren, ni necesitan, saberlo. Al cortijo llegó un coche negro ancho como una tabla de arroz y largo como un camino largo, y de él bajó, primero, el conductor, se apresuró a abrir una de las puertas de atrás y bajó un señor mayor, vestido como si fuera a una boda familiar, con traje oscuro y zapatos negros que tenían pinta de tener más número de pie que pasos andados. Bajó aquel hombre y el campo se encogió, temeroso de que le diera una voz. De la casa del cortijo salió, secándose las manos en el delantal, como si estuviera haciendo un juego de magia, una señora amable que se dirigió al señor bien vestido saludándolo y preguntándole si quería algo especial. El señor mayor vestido de negro le dijo un «no» mientras miraba para otro lado. Y el campo empequeñeció y enmudeció. Como la señora. El encargado le dio al conductor un par de bolsas de productos cosechados esa mañana, el amo le dio al encargado no sé qué instrucciones, saludó sin mano a todo el mundo, no sólo a las mujeres que recogían papas nuevas en la tierra, montó al coche negro y grande y se fue dejando una polvareda del camino, aunque también podría haber sido del fango seco de su poca clase. Al poco, montado en una burra, abriendo el camino con un cante que se convertía en frutos de los frutales, un labriego mayor, muy mayor, llegaba al cortijo y el campo se alegraba, dejaba ver sus frutas todavía tras las hojas, y pareció que lo conocieran todas las criaturas del campo, perros, pájaros, gatos, gallinas… Cambió la mañana.

Cuando al poco disfrutaban todos de una sangría y un gazpacho, alguien dijo: «Hay que ver lo rico que es el que acaba de irse… Le sale el dinero por las orejas.» Alguien le contestó: «Te equivocas. Ese hombre trajeado, con coche de lujo y conductor a su servicio, con más de mil hectáreas de tierra, tres cortijos, dos casas señoriales en la capital y un piso en Madrid que es una catedral, de grande, no sabe lo que es comerse, como lo sabe este labriego que no tiene ni pensión, unas brevas al alba, unas sardinas asadas al mediodía, tomarse una cerveza helada a pierna suelta. Ese señor de oscuro es todo oscuridad en sus ideas, y este labriego es un amanecer limpio. Aquel es esclavo de las etiquetas sociales y éste se levanta y se pone lo que le da la gana, se bebe el vino como mejor le pille, come con las manos y duerme una siesta de bendito. El rico no es el que se ha ido, aunque todo esto esté a su nombre; el amo de esta finca es este labriego. Aquel es el que amontona dinero; éste es el que amontona tiempo sencillo, amigos y felicidad. No te equivoques.»

antoniogbarbeito@gmail.com

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación