PÁSALO

Másteres

Juegan con nuestros hijos, con su prestigio universitario

Felix Machuca

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Voy a escribirle este artículo mirándoles a los ojos. Clavando los míos en los vuestros y tratando de encontrar en el abatimiento que los aflige el aliento necesario para llegar hasta el final. Para llegar hasta el final y no mandarlo todo a la venta desahuciado por el escepticismo, la desgana y vencido por tantas y tantas contingencias. Os miro a los ojos y escribo. Os miro a los ojos y veo en los vuestros un rastro incrédulo de lo que alguna vez fue esperanza. O fe. O creencia en el sistema. Ese sistema que ahora depura con la urgencia con la que los cleptómanos borran las huellas del delito, un apartado más, tramposo por supuesto, de una clase política que está acabando con todo. Con lo principal, al menos. Con esa necesaria fe, seguridad y crédito tan vital para que la rueda de la democracia se mueva y los ejes estén engrasados por la confianza de los ciudadanos. Vean mis ojos y entiendan mi furia, mi ira. Me importan tres bostas de camella lo que hagan estos vendedores de crecepelos con sus currículums. En serio. No me importa nada, como cantaría Luz Casal. No me importa lo que digan ni lo que hagan. Ellos son como son. Están hechos para el guiño, la complicidad y la trapacería. Han aprendido a decir lo contrario de lo que ven y a oír exclusivamente lo que diga la ejecutiva. Aunque la calle se desgañite. Por eso inflan sus biografías académicas, prostituyendo la investigación, manchando la honorabilidad de las instituciones y abriendo puentes de entendimiento futuro con aquellas universidades que se prestan a meter en su alcoba a la política.

Sigamos mirándonos a los ojos. Para no mentirnos, para que la ira y la frustración sigan inspirándonos nuestras más nobles respuestas. La frustración también es una forma de indignación y rebeldía. Porque es muy frustrante que los másteres que les pagamos a nuestros hijos, que se queman las pestañas, que hincan los codos en las bibliotecas, que confían en su esfuerzo y talento para salir de la universidad camino de algo más seguro que una tratoría en Londres, se pongan en dudas por culpa de estos golfos. Golfos que, por mucha indecencia que vuelquen sobre la obtención de sus catalogaciones universitarias, tendrán siempre un cobijo bajo el paraguas del poder. La cagan pero sus culos parecen que no manchan las poltronas que les busca la hermandad. Una covacha alfombrada por la tapicería y trapacería política de más de tres mil euros al mes, en el peor de los casos. Ellos que, con su indecencia moral y universitaria, contaminan el prestigio de los másteres que sacan nuestros hijos. Que para colmo, por la enclenque gestión de sus políticas laborales, se ven obligados a dejar el país emigrando allí donde encuentran un laboratorio, un estudio de arquitectura, una oferta de ingeniería o un simple restaurante. Por eso os pido que nos miremos a los ojos. Porque no juegan con su honradez que a mí me la refanfinfla. Juegan con el futuro de nuestros hijos. Con su prestigio universitario. Con las herramientas que eligieron para trabajar y comer lejos de los pesebres habituales.

Cuando la política y la Universidad se pasan de carantoñas y cambian el paraninfo por las alcobas de los préstamos de favores, los resultados no solo son montones de másteres y tesis doctorales de dudosísimo prestigio científico y moral. Lo realmente dramático es que sobre nuestros hijos caiga la sospecha de un delito al que son ajenos, cuando una empresa seleccione su curriculum para acceder a un puesto de trabajo. Ese es el mayor daño que estos caníbales del prestigio universitario devoran con su monomanía de aparentar ser lo que no son. La Universidad española debería ser más cauta con el largo de su falda y el escote de su pecho. Para que en su roce inevitable con el poder no la tomen por ligera y la confundan con una geografía de favores. Que en Sevilla ya sabemos la distancia que hay desde La Habana a Olguín…

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