Un hombre bueno

En la Gloria seguirá, seguro, procurando una poética distinta entre endecasílabos y metáforas increíbles

Manuel Lozano Hernández MILLÁN HERCE
Antonio García Barbeito

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Creo que lo conocí en una Feria del Libro, hace más de cuarenta años. Le pedí que me firmara un libro suyo de poemas que acababa de comprar. Amable, me dejó allí la dedicatoria y la firma, que conservo. Leí sus poemas, y detecté en ellos como una honrada lucha por enmendarle la plana a los endecasílabos, y a las rimas consonantes. Quise ver el empeño en una nueva poética por la que asomaban trazos de abstracción pictórica y de gritos disconformes dispuestos a un nuevo orden del metro y la asonancia. Supe que, además de poeta, era crítico de Arte. La segunda vez que nos vimos ya tenía yo la referencia de aquella firma en la sevillana Plaza Nueva. Quizá fue en Gines, en una charla suya sobre el Rocío, tras la que me presentó al inmenso Paco Maireles, aquel gigante que escondía palomas entre los dedos. Empezamos a hacer amistad los tres, Maireles, él y yo. No sé si me propuso dar una charla sobre el Rocío o se la propuse yo. Lo cierto es que me puso muy fácil la cercanía, porque era un hombre educado, generoso, noble, sencillo, curioso. Y muy bueno.

Antier vi su nombre en una de las esquelas de este periódico. Bajo su nombre, en el que me extrañó un «de Ávila» que no conocía, parte de lo que fue: escritor, compositor, pregonero, crítico… Todo lo resumí en lo que empecé a notarle desde que lo conocí: un hombre bueno, el más alto título de una persona. Nunca dejó de mandarme sus libros, apenas los publicaba, con generosas dedicatorias y dejando claro nuestro vínculo de amistad. En sus versos seguía la honrada lucha —esgrima de la pluma frente a los preceptos— por conseguir sus propios endecasílabos, su propia concepción del metro y de las rimas, asonantes y consonantes. En su pluma, las décimas y los sonetos eran exclusivamente suyos, por originales. Quise ver en su escritura algo de brochazo ácrata de un Maireles rodeado de Vírgenes y de palomas, que algo así recuerdo de aquel estudio en un piso de la calle Sierpes, donde había versos alados y palomas octosílabas, pintor y poeta unidos, entrelazados en sus obras. Lo recuerdo también, muy señor y muy caballero, a caballo por el Rocío, con la hermandad de Sanlúcar de Barrameda, hermandad que junto a la de Triana le daba la justa mezcla marismeña. No paraba de escribir. Siempre que me lo encontraba me daba un libro o me contaba un proyecto que se cumplía a la semana. Ha muerto a los noventa y cinco años. Se llamó Manuel Lozano Hernández, Manolo Lozano para los amigos. Un hombre infinitamente bueno que en la Gloria seguirá, seguro, entre palomas de Maireles, procurando una poética distinta entre endecasílabos y metáforas increíbles.

antoniogbarbeito@gmail.com

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