LA TRIBU

La generosidad

La generosidad de los amigos anda por ahí, en lo que el corazón tiene más a mano, una frase, un artículo, una palabra, un gesto

Fotograma de la película de la Amargura ABC
Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Me llamaron ayer para comentarme lo que Carlos Colón estaba diciendo de mi participación en su película «Amargura»; leí anteayer, aquí, el adjetivo —a veces basta un adjetivo, «impagable»— del compañero Javier Rubio; ayer leí lo que mi querido y admirado Paco Robles decía de mi voz y de la Amargura, sabedor él como pocos cercanos de cómo andaba yo por las veras de esa grabación y cómo estaba tras haber salido, salvado, del reloj con segundero de bisturí dirigido por el doctor don Javier de la Cruz. La generosidad de los amigos anda por ahí, en lo que el corazón tiene más a mano, una frase, un artículo, una palabra, un gesto. Por fortuna, tengo amigos cultísimos que siempre tienen detalles de generosidad, detalles de ternura, detalles que quedan escritos, dichos, expresados de la mejor manera. Colón, Rubio y Robles son, entre otros, de esos amigos que tienen en el bolsillo el duro de la cultura y pueden cambiarlo cuando quieren. Pero hay otros duros que sé que ellos, estos amigos —como Antonio, Luis Carlos, Alberto, Félix…—, conocen lo que para mí representan, porque es la metáfora de la tierra lo que me llega, cambiado en una entrega casi sin palabras.

Recuerdo una vez que no sé qué le regalé al Cangui, algo mío que le había gustado y que yo se lo di como si fuera más suyo que mío. No sabía cómo pagarme, cómo decirme lo que lo agradecía o lo que me quería. Un mediodía lluvioso de febrero llamaron a la puerta, abrí y era él, con un manojo de espárragos tiesos, verdes, pidiendo sartén. Venía el Cangui chorreando, como una sopa, con el cigarrillo ya apagado, más pegado que sostenido, en el labio inferior: «No he podido coger más, porque se me vino encima el aguacero…» Lo abracé y gustosamente me mojé con su empapada generosidad. Eso mismo he hecho al oír y leer lo de los compañeros. Y eso mismo, con más proximidad en la acción, es lo que hice ayer, cuando la voz del amigo me llegó con acento huertano y aceitunero, con la escritura vegetal de lo que él sabe que amo, ese capricho, esa debilidad: «…Ahora mismo me estaba acordando de ti, porque acabo de ver una coliflor blanca como la nieve, y como sé lo que te gustan las coliflores aliñadas… Si pudiera, te la llevaba. Y además de la coliflor, tengo unas aceitunas gordales en salmuera en el punto con que te gustan…» Me conoce. Me conocen. Unos saben que muero con un adjetivo, una metáfora, un cariño escrito o hablado, y otros saben que muero con todo lo que le nace a la tierra, esa escritura, esa palabra verde, «blanca como la nieve» o aliñada como Dios manda. La generosidad de la gente cercana, querida, admirada. La gente que da vida.

antoniogbarbeito@gmail.com

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación