Félix Machuca - PÁSALO

Días de radio

Había en la mesa mucho más talento que dinero. Un capital desbordante

Félix Machuca
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Carlos Herrera es un ser incompleto. Le falta para ser intratable que le guste la mantequilla y adore las aceitunas. A un dios como él no se le pueden permitir estas debilidades. Pero, ¡ay si el pavo real cantara…! Solo a un tipo como Carlos, que hizo la mili en ferrocarriles y que con una sola mano, imitando al legendario Joaquín Blume, era capaz, en su atlética juventud, de hacer el Cristo, se le puede conceder la dicha de jugar con el tiempo y hacerlo amable, vivificador y pleno. El lunes no era 14 de febrero. Ni falta que hacía. Pero le sirvió a Herrera para declararle su amor renovado y eterno a la radio en una hora inolvidable para un medio tan inmediato como un beso fugaz.

A la radio se le debieron poner tontas las piernas y el culo más chispeante que una Pepsicola caliente y agitada por las manos golfas de un infante terrible. Porque sentó en la misma mesa a sus cuatro amores más confesados desde la transición a nuestros días, que ya son muchos y tiran para el cincuentenario. Una mesa que, en duros antiguos y de plata, dejan en chatarilla lo que le costó reunir a Florentino a ese subproletariado del exceso que son Cristinao, Bale y Benzemá el de la empaná.

No era solo dinero, mucho dinero, lo que en esa mesa de la Cope sentó Herrera para celebrar el Día de la Radio. Había tanta calidad, talento, innovación, libertad y periodismo que te apabullaba. Como te apabulla estar delante de una montaña, mirar hacia arriba y ver la insignificancia de tu proporcionalidad. Luis del Olmo, Iñaqui Gabilondo, José María García y el propio Herrera, única persona en el mundo al que la genealogía más estricta y exigente le reconoce abuelos directos en Santiago de Cuba, Nueva York, Las Marianas y Sanlúcar de Barrameda, hablaron de la misma señora a la que habían amado con todas sus asauras, como caballeros rendidos a los encantos de una mujer que no puede ser propiedad de nadie porque lo es de todos aquellos a los que su voz les seduce y atrapa. Buena velada, don Carlos. Qué magnífica hora le dedicó usted a esa radio con la que nos acostamos y nos levantamos. Con la que soñamos y nos divertimos. Con la que esperamos y viajamos. Ese ángel de la guarda, pura compañía, para tantos que se quedaron solos en una esquina de la vida y que la única música que ya baila en la jubilación de sus emociones es la que sale del corazón de esta Aretha Franklin que nunca se retira.

La Gabor, a la que la vida le dio tantos amores como llaves tuvo de las casas de sus exmaridos a los que desplumó con los divorcios, aseguraba que le encantaban las familias numerosas y que ninguna mujer debía quedarse sin el gusto de saber qué es tener tres exmaridos. La radio devoradora de voces, profesionales y amantes es mucho más insaciable que Zsa Zsa, aquella diosa rubia del amor que yo creo que llegó a tirarse hasta un muñeco de nieve para demostrarnos que el calor es más penetrante que el frío. Frente a la radio era una simple y cumplidora vestal. A la salida del sol o con la luna en el tejado, la Venus radiofónica que nos acercaban estos caballeros que, quizás alguna vez, pudieron pensar que su amada era más fresca que una gallina, pero que tuvieron la caballerosidad de no comentarlo en público, fueron e interpretaron la radio del cambio y de la modernidad, la radio de un tiempo nuevo. Ellos y muchos más. Todos los que convirtieron a la radio en una app insustituible para ser y estar en el mundo. Desde Barcelona a Coripe. No sé qué será de la radio dentro de unos años. Los niños ni leen ni escuchan en los formatos ordinarios. Quizás porque la radio sigue siendo extraordinaria. Tanto extraordinaria como aquella media mañana, solo media mañana, que Carlos Herrera y Paco Cervantes emplearon en Tokio para conocer completamente la ciudad y sobrarle tiempo al gran maestro para explicarle a un nota de la Triana de allí lo bueno que es ponerle al sushi un poquito de limón lunero…para acompañar los días de radio.

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