Álvaro Ybarra

Cartuja, la otra cara de la ciudad

La apertura del Parque a actividades que no se dedicaran exclusivamente a la investigación ha dado como fruto una gran paradoja: algunas de las grandes firmas tecnológicas que se fueron en el 93 han vuelto

Álvaro Ybarra
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El Parque Tecnológico de La Cartuja es el mejor legado que nos dejó la Expo-92. Su deplorable estado de conservación, consecuencia directa de la dejadez del Ayuntamiento de Sevilla, no refleja la actividad real de un recinto pujante donde se alternan las empresas con los centros de investigación, las zonas de ocio con los espacios culturales y las instalaciones deportivas con las universitarias. Cartuja, que en el imaginario colectivo de los propios sevillanos es más o menos un proyecto fracasado, no sólo no tiene nada que envidiar a otros parques empresariales españoles sino que les supera en muchos aspectos. Con 400 empresas, 2.000 millones de facturación, 16.000 trabajadores (700 de ellos investigadores) y 8.000 estudiantes, Cartuja, con su amplia oferta cultural, deportiva y de ocio, representa un modelo diferente a todos los demás.

En realidad el Parque de La Cartuja es fruto de la casualidad. Concebido inicialmente como un recinto dedicado a la investigación y las empresas tecnológicas en 1994, al año de su fundación, casi todas las grandes firmas representadas en la Expo se habían marchado. Fueron los tiempos más difíciles. A la crisis económica se unió la indefinición de un proyecto que no terminaba de consolidarse y que en sus primeros cinco años de vida estuvo a punto de naufragar. Pero poco a poco los espacios vacíos empezaron a llenarse con nuevos edificios mientras que los pabellones preexistentes se llenaban de una actividad cada vez más intensa y variopinta. Su inmejorable ubicación y la apertura del Parque a actividades que no se dedicaran exclusivamente a la investigación han dado como fruto una gran paradoja: algunas de las grandes firmas tecnológicas que se fueron en el 93 han vuelto.

Todo esto se ha realizado como se suelen hacer las cosas en Sevilla, sin planes previos y al albur de iniciativas personales de empresas e instituciones. Ahora sólo falta que las infraestructuras urbanas del recinto sean adecentadas para que los sevillanos nos podamos sentir legítimamente orgullosos de haber hecho algo medio bien. Todo no puede ser lamentarse por la decadencia que arrastramos desde el Siglo de Oro.

@aybarrapacheco

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