OPINIÓN

Aquellas que me abrieron las puertas

No puedo nombrar a todas ellas, ni siquiera conozco a la gran mayoría

Patricia Gallardo

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Ayer fue nuestro día, mi día, el de mi abuela, mi madre, mis hermanas y mis amigas. El día de las que no conozco y las que algún día conoceré. El día de mis vecinas y sus hijas, de mis sobrinas y mis primas, de mis cuñadas y mis compañeras, pero sobre todo fue el día de aquellas que me abrieron las puertas. Aquellas que entraron antes que yo, para que yo pudiera trabajar de algo en lo que sólo trabajaban ellos. Aquellas que cogieron un palo para escribir en la arena, una tiza en la pizarra, un carboncillo en el pergamino o una pluma en un tintero, y los aferraron con determinación y sin que les temblara el pulso, a pesar de sus limitaciones y prohibiciones; lo hicieron por ellas, sí, pero también para que yo hoy pueda estar presente en esta columna. No solo escribiendo, sino opinando. Son muchas las autoras que han escrito a lo largo de la historia, muchas de ellas perdidas en la memoria o entre seudónimos, de los que jamás sospecharíamos que tenían mano de mujer. No puedo nombrar a todas ellas, ni siquiera conozco a la gran mayoría. Pero sí que me gustaría, si me lo permitís, hacer un pequeño homenaje hablando de algunas de ellas. Desde tiempos remotos, tenemos Safo de Mitilene una de las poetisas más sobresalientes de la poesía lírica griega arcaica, muy relacionada con el culto a Afrodita y a la mujer.

Ya en la edad media, en la Península, nos encontramos en Córdoba con Lubna de Córdoba y Wallada bint al-Mustakfi. La primera nació en un ambiente de esclavitud, pero gracias a sus dones intelectuales llegó a manejar la biblioteca del palacio donde era esclava, no obstante su habilidad con las letras y los números le sirvió para comprar su libertad, dedicándose más tarde a la traducción de libros y a la escritura de poesía original, fue lo que hoy conocemos como una «curranta». Wallada, en cambio, nació entre oropel, se la puede considerar una princesa omeya, adelantada a su tiempo no se conformaba con el papel asignado a una mujer en la época, su forma de vestir, con sus versos bordados en sus túnicas, le trajeron más de un quebradero de cabeza. Aprovechó su posición social para obtener una buena formación literaria y codearse con los literatos de la época, viviendo un amor desamor con el poeta Ibn Zaydún cuya historia dio pie a todo su poemario. Siguiendo con ese periodo de tiempo, podemos hablar de Leonor López de Córdoba y Carrillo escritora de una de las primeras autobiografías que se conocen, o Isabel de Villena quien relata la historia de Jesús desde un punto de vista feminista, poniendo especial atención en el personaje de María Magdalena. Y, por supuesto, Santa Teresa de Jesús. Otras escritoras les siguieron: Mary Wollstonecraft con su obra 'Vindicación de los derechos de la mujer' (1792), Jane Austen y su personaje Elisabeth Bennet, Virginia Wolf reclamando 'Una habitación propia para todas', el costumbrismo de Emilia Pardo Bazán, las letras gallegas de Rosalía de Castro, la inmersión al romanticismo de Cecilia Böhl de Faber, alias Fernán Caballero, etc.

Todas ellas desde las sombras o con los brazos abiertos al sol, con textos más conservadores o más progresistas, más calmados o más reivindicativos, todas ellas, me dejaron las puertas abiertas para que hoy yo pueda escribir estas letras. Y para terminar con este mini homenaje, desde aquí les mando un fuerte abrazo a mis compañeras escritoras, en especial a Verónica Sánchez, porque gracias ella estoy aquí cada jueves.

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