La soga

Por eso, esto no va de corbatas: esto va de sogas que cada vez ahogan más

Miguel Ángel Sastre

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Pese a lo que algunos puedan creer, y salvo excepciones, quien está en política, suele querer que las cosas vayan bien. El «cuanto peor mejor», se reserva solo para aquellos que no se ven capaces de batir a su enemigo por mérito y tienen que recurrir al demérito.

Incluso estando en la oposición, el camino se hace más llevadero cuando, al menos, hay un adversario con el que se puede dialogar. Hacer política en la oposición puede llegar a ser un ejercicio bonito, una labor de leal control, si el adversario ejerce su gobernanza con responsabilidad.

Porque el estar en la oposición suele ser el caldo de cultivo perfecto para que a un líder y a los portavoces que le rodean se les tache de tremendistas o de «cenizos». En la oposición se suele correr el riesgo de caer en el discurso catastrófico: criticar y no centrar el foco en tus soluciones. De ser así, es muy difícil que un amplio espectro de votantes te elija. Solamente se fijarán, por lo general, los más afines ideológicamente. Ser el fotógrafo que solo diagnostica y retrata lo malo, a la larga, nunca beneficia. La mayoría de los españoles demanda arquitectos que construyan alternativas y que, aunque les recuerden que las cosas van mal, les ofrezcan una puerta abierta a la esperanza que conduzca a proyectos de futuro ilusionantes y que mejoren lo que ahora mismo ocurre.

Al igual que en política, esta situación, la de poder hacer crítica constructiva, para un columnista, es también lo ideal. Es cansino tener que estar siempre resaltando cosas malas cuando el enfoque se centra en la política nacional. Menos mal, que hay vida más allá que el Gobierno de Sánchez y lo que queda de Podemos, para que cada vez que se habla de otros temas, haya posibilidades de ensalzar cosas buenas.

Sin embargo, con la mano en el corazón, es realmente imposible ver un punto de luz en este desierto de mediocridad y malas artes que representa el poder central.

Esta semana, después de la sentencia de los ERE, en la que nos han intentado hacer comulgar con ruedas de molino, después de que la inflación bata récords, del maquillaje de las cifras de empleo, después de que la nueva fiscalía - haciendo buena a la anterior - espute sobre la memoria de Miguel Ángel Blanco, después de la mesa de diálogo que rompe el acuerdo entre catalanes y les niega su condición de españoles; después de todo eso, va a resultar que el problema es si llevamos o no corbata. Y lo grave no es la medida en sí, el problema es que decirlo después de fundir 180 litros de queroseno en el «Super Puma» para un viaje de poco más de 25 kilómetros, es escupir a la cara a todos los españoles, a los que un Presidente del Gobierno, debería de tratar con el máximo respeto porque, en el fondo, son sus «jefes».

Por eso, esto no va de corbatas: esto va de sogas que cada vez ahogan más. Existe un tipo de soga que, en forma de administración descontrolada, subidas de impuestos y política fiscal infernal, que agravan las condiciones de contorno exteriores, aprieta la respiración de cientos de miles de familias.

Otros, también sufren la soga del olvido, de la negación de la política de la razón, de entender el servicio público como bombas de humo constantes para dividir a la población.

La soga consciente, o inconscientemente, la está apretando este Gobierno y se seguirá tensando. Porque, frente al desastre económico, vendrá la política de división desempolvando aún más temas que enfrenten a los españoles.

Llegados a este punto, es momento de dejar de comentar la actualidad, anticiparse y seguir nuestro camino. Centrarse en ver cómo cambiar y solucionar el desastre que Sánchez y su gente dejarán cuando abandone el Gobierno.

Solo de esta forma, con corbata o sin corbata - podremos librarnos de la soga y, por fin, respirar.

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