OPINIÓN

Merece la pena

Porque, sin duda, cueste lo que cueste, esta vez, merece la pena

Miguel Ángel Sastre

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Mientras recorres la vida, en el camino, aparecen delante de ti multitud de bifurcaciones sobre qué sendero tomar. Decisiones que tenemos que abordar. En concreto, en muchas ocasiones, multitud de situaciones en las que las alternativas se dividen entre hacer frente a algo o no hacer nada.

Hay personas que, por su manera de ser, impetuosa y vehemente, pelean cada milímetro de discrepancia. Personas que no se callan nada y piensan que para convencer, primero hay que vencer. El desgaste personal que sufren es habitual. Y es que, ir siempre contracorriente genera admiración, pero también altas cotas de rechazo. Son personas, sin embargo, en muchas ocasiones, imprescindibles.

Hay otro tipo de personas que no tienen, generalmente, nada por lo que luchar. Son aquellos que se mueven según sopla el viento y que hacen las cosas en función de la dirección que marque la veleta que ellos encarnan. Personas que defienden una cosa y la contraria en el mismo momento, sin ningún tipo de reflexión asociada. Personas que encarnan la liquidez de este tiempo en el que vivimos, en el que nada es permanente. Mucho menos lo son las opiniones, y mucho menos sólidas son las ideas que defienden.

Evidentemente, existen más tipologías, de hecho cada persona, en sí misma es un mundo, pero en un ejercicio de trazo grueso, encontraríamos una tercera tipología: personas que ponderando las opiniones y percepciones que tienen otras, tienen una serie de principios inquebrantables e innegociables.

De esos tres tipos de personas se compone el cuerpo electoral de cualquier democracia. De quienes tienen una visión muy particular de la realidad, de otras que tienen los ojos cerrados y de otras que, viendo el mapa completo, saben, con criterio, discernir entre lo imprescindible y lo superficial.

La España de personas libres e iguales que recoge nuestra Constitución es uno de esos cimientos inquebrantables y que nos define como una nación que, no siendo perfecta, ha conseguido alcanzar ciertos estándares de prosperidad frente a otras naciones «hermanas» cuyos regímenes políticos las han convertido en lugares «invivibles». Esos dos principios entran dentro de aquellas batallas o ideas por las que merece la pena «fajarse» y mantenerse firme, sin ceder.

Lo vivido este domingo en la Plaza de Felipe II en Madrid y las calles aledañas, fue un ejemplo del poder que tienen esas dos ideas para unir a una gran masa de españoles que, siendo diferentes, comparten esa visión común de que la ley debe ser igual para todos y de que nuestro país no puede deformarse como un alambre para que alguien mantenga el poder. No es cuestión solo de discrepancias territoriales. Es cuestión de que es tremendamente perverso para una democracia que la capacidad de investir a un presidente con unos votos signifique impunidad frente al cumplimiento de la ley.

Esa visión, la de defender esas dos ideas innegociables, es compartida por los que se indignan habitualmente con casi todo pero, también, por todos aquellos que desde una posición, habitualmente, conciliadora, han decidido que por estos dos principios sí que merece la pena luchar. Ahí es donde reside su fuerza: en su capilaridad y su carácter permeable. Tan capilar y tan permeable como las personas que inundaban las calles de los alrededores del punto donde se convocó el acto y que se veían de manera impresionante en las tomas aéreas publicadas.

Como toda conquista de derechos o, en este caso, defensa, lleva asociada un esfuerzo y un desgaste. Esfuerzo y desgaste que ya vivieron todas aquellas personas que ayer madrugaron o viajaron para, a pesar del calor, defender sus derechos. Esfuerzo y desgaste, fruto de los ataques dialécticos que sufre y sufrirá quién encabeza este movimiento y las personas que le siguen. Esfuerzo y desgaste habrá, pero ya no es momento de retroceder. Es momento de seguir adelante. Por esta España que debemos proteger y cuidar. Porque, sin duda, cueste lo que cueste, esta vez, merece la pena.

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