Julio Malo de Molina - Opinión

Viajar

La aventura es el deseo de estar en otro lugar y esa pulsión distingue a la especie humana de las restantes

Julio Malo de Molina
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La aventura es el deseo de estar en otro lugar y esa pulsión distingue a la especie humana de las restantes que ocupan esta roca informe que deambula por el espacio y llamamos Tierra, a la cual representamos como una esfera para comprenderla. Por eso, este primate lampiño y frágil se ha dispersado por toda la superficie que emerge de las aguas que cubren el planeta, todo ello a partir de un solo individuo que vivió en África hace ciento cincuenta mil años. El abuelo común funda nuestro linaje cuando ya la Tierra cuenta con muchos millones de años, más de cuantos restan para que el sol estalle en supernova y este pequeño mundo regrese a la energía de la cual procede.

Durante tan escaso periodo de tiempo nuestros hermanos y hermanas han ocupado todos los nichos ecológicos posibles, entre ambos polos helados, y se han instalado en lugares francamente inhóspitos, lo cual demuestra su pulsión por desplazarse, pese a sus escasas dotes de movilidad, si pensamos en las que poseen otras especies, del gamo a la gacela, por no citar las cualidades de las aves, que nuestros antepasados envidiaron y hace poco, superando el mito de Ícaro, consiguieron emular. Algo nos distingue, y explica ese síndrome de huida, la trasformación del cráneo que hace posible el desarrollo de la frente en la cual se expande la masa cerebral para hacer posible el lenguaje. Nietzche sostenía que el principal objeto de éste es la mentira, pero al fin y al cabo eso es también la narración literaria que con frecuencia alivia la necesidad de viajar.

Desde el viaje de Jonás en el vientre de una ballena que dicen le condujo a Cádiz, hasta la Odisea o la Isla del Tesoro, la fantasía más excitante que reúne la fascinación por lo iniciático y lo épico es la aventura viajera. En su poema “Viaje a Ítaca” Kavafis canta la importancia de la travesía más allá de la isla que es su destino. Un alto porcentaje de las narraciones revisten la forma de un viaje que describe los pasos hacía la iniciación; no sólo las abundantes peripecias marineras que son siempre las aventuras más perfectas, también los viajes hacía abajo de Julio Verne, o aquéllos que nos relatan historias de habitantes de los astros. El desarrollo del ferrocarril ha permitido satisfacer nuestra sed de viajar de manera amable, por no hablar del auge de la aviación comercial, hasta los vuelos de bajo coste. Y los cruceros que representan una versión domesticada de la aventura marinera.

Reflexionar sobre esa pulsión que nos incita al viaje, como aventura, placer, búsqueda, o como iniciación, no puede permitir que olvidemos los dolorosos viajes forzados por la guerra o las calamidades. Ya los gitanos tuvieron que abandonar el Punjab hace mucho tiempo para acceder a lugares que no siempre les acogieron bien; hace mucho menos, los republicanos españoles se vieron arrojados a un exilio tan penoso como el que cinco siglos antes expulsó de la Península a judíos y musulmanes. Desde algún tiempo sabemos de las durísimas condiciones que afrontan los emigrantes africanos para acceder a nuestras costas, y las vidas humanas que se cobran las aguas de un Estrecho demasiado ancho para los hombres y las mujeres con corazón. El drama de los refugiados procedentes de la guerra en oriente próximo resulta tan lacerante que las palabras se quedan cortas: todo el mundo debiera gritar para acabar con tanto sufrimiento.

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