Ramón Pérez

Verdades

Marea baja. Paseo solitario por la playa. Observo el terso lienzo de arena alisado por la fuerza en retirada del océano

Ramón Pérez
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Marea baja. Paseo solitario por la playa. Observo el terso lienzo de arena alisado por la fuerza en retirada del océano. Por un momento vuelvo la vista atrás. Contemplo las huellas que delatan mis pasos. Mis pies descalzos han perturbado tan perfecta simetría. Han construido una forma sobre ese fondo uniforme. Como las palabras erigen sus significados en base al silencio.

Esas mismas huellas se inscriben también en mi conciencia. Sé que esa ‘tenebrosa interioridad’ (Hegel) es un territorio liso donde voy trazando distinciones, marcando efímeras diferencias que me ayudan a orientarme en el mundo. Uno de esos límites que ayudan a entender la realidad es el de la verdad. Trazamos una línea en la arena y decidimos de qué lado está la verdad frente al otro lado donde ella misma no gobierna.

La ciencia, como actual administradora de la racionalidad, cumple con su autoimpuesto papel de guardia fronteriza. Se esfuerza por decirnos qué es verdad y qué no lo es basándose en la naturaleza empírica de los hechos. También los guardianes de los códigos religiosos y morales, e incluso los agentes de los mass media pretenden meter baza el asunto estableciendo sus propias, inviolables, divisorias.

Si la prensa seria nos ofrece la imagen de un suceso que ilustra la correspondiente noticia, damos por verdad el hecho. Si esa misma imagen acompaña a una noticia aparecida en un perfil de una red social, estamos en nuestro perfecto derecho de poner en duda la veracidad del acontecimiento. Fiamos nuestra credibilidad a la autoridad del medio de transmisión, dada la imposibilidad, en razón del espacio y el tiempo, de presenciar directamente cada suceso que nos conturbe. Sin ir más lejos, meses atrás compartí en Facebook una información sobre la supuesta detención por parte de la Guardia Civil de unos individuos que transportaban en el maletero de su coche placas solares. Un amigo me llamó la atención sobre la falsedad de la noticia. El carácter apócrifo del acontecimiento era innegable, pero en dicha comunicación había una intención paródica que no es que violara la frontera, sino que atentaba contra la realidad misma de su existencia.

Ahora mis huellas sobre la arena me han ofrecido la ocasión para verlo y poderlo, quizás, explicar. No cabe duda de que el límite de la verdad nos aporta mucha seguridad en nuestra comprensión del mundo, incluso nos suministra un modelo normativo de conducta clarividente, con las repercusiones éticas (e incluso epistemológicas) que esto trae consigo. Pero no por ello debemos olvidar que todo límite es un trazo efímero sobre arena. Ese trazo, además, es ciego, porque no existen referencias fijas para llevarlo a cabo. Hasta la propia ciencia (con la revolución cuántica y no digamos ya la controvertida teoría de cuerdas) se confiesa impotente para ofrecernos un modelo fijo de realidad. Establecer la frontera de la verdad, por tanto, es un acto de supervivencia de nuestra conciencia, que hace lo que hace, y pare usted de contar.

Las creaciones paródicas, por tanto, van mucho más allá, al obligarnos a observar precisamente esto. Una vez llevada a cabo la distinción nos obliga a reflexionar sobre la parte escogida. Somos hormiguitas condenadas a contemplar la marca de la huella sobre la arena desde dentro o desde fuera de esa misma huella. O bien desde uno y otro lado traspasando ese límite. Esto es lo que consigue la parodia. Poner en solfa la solidez de unos bordes que acabarán siendo barridos por el mar.

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