Francisco Apaolaza - OPINIÓN

Veinte años

Dicen que el tiempo lo cura todo, y no es cierto

Es elástico el tiempo. A veces me parece que te fuiste ayer y otras tengo la sensación de que perteneces a otras vidas, a otros mundos. Dicen que el tiempo lo cura todo, y no es cierto. El tiempo nos enseña a vivir sin un brazo, sin ojos, sin pierna, sin padre, pero curar, aquí no se cura nada. La falta, como mucho, se diluye, porque las presencias son hábitos, ecos, sombras, pero las despedidas, ay, amigo. De vez en cuando me suceden brotes de ausencia como una malaria que reverdece y creo que estoy enloqueciendo de vacío. Entonces caigo en la cuenta de que te estoy olvidando . Tu tacto, tu olor, tu cara se vienen ya solo en los sueños cuando te haces presente de esa manera tan palpable y me dices cosas que después no recuerdo al despertar. A veces, como ahora, vuelvo a tocar los pliegues de tus manos, tu espalda al abrazarte, pero eres cada vez más símbolo. La materia vibra en un eco que se extingue poco a poco.

El aire –que de nada entiende– ocupa el espacio de tu risa con tal descaro que ofende. Ahora pienso en tu risa y no la recuerdo . Te estás desdibujando y quizás por eso, de alguna manera me gusta cuando me dueles, porque al menos estás ahí, doliendo. Recuerdo como una cuchillada el día en el que te fuiste camino de Sevilla en primavera y sabías que no ibas a volver y te acercaste a mi cama pensando que estaba dormido y me dijiste: «Me voy. Siempre he estado orgulloso de ti» y recuerdo que a mí me faltó el valor para decirte que estaba despierto y darte el último abrazo. Me gustas cuando recuerdo todas las veces que no estuve a la altura porque eres dolor físico, pero al menos eres.

Hay espacios nuevos que me recuerdan a ti , como la manera de acariciar de tus nietas, el tacto de mamá que cada vez está más sola, la forma en la que Macarena y Elenita hablan de ti como si te hubiera conocido y otras cosas más banales como esta primavera –seguimos celebrando la primavera en casa– que acaba de brotar en Madrid con una violencia verde y fragante como de motosierra y está la mediana de la M-30 que parece la carretera de Villamanrique de la Condesa.

Te he buscado sin descanso. Me hice periodista por ti . Me hice columnista por ti. Toco la tamborrada por ti. Cada 7 de julio bajo a Santo Domingo a buscarte a ti y a buscarme a mí también, pues viene a ser lo mismo. Transito desde hace tiempo por espacios que han cambiado tanto que ya no son el tuyo. Como si se hubieran pervertido. Donosti, por ejemplo, o las plazas de toros, dominadas por tantas cosas distintas al honor y a los sueños. He recorrido todos los caminos buscándote y aquí y allá encontré trazas de felicidad y retales de vida, pero también una lección que entonces, cuando te fuiste, no me atrevía aún a constatar: no siempre ganan los buenos. También que es cierto lo que me decías: en los pozos más profundos de la oscuridad brilla la luz del ser humano.

Alguien de vez en cuando, cuando me quiere hacer sentir bien me asegura que estarías orgulloso de mí . Hace tanto tiempo que tú me lo dijiste por última vez que ya no lo sé. Luego está toda esa literatura de que si el recuerdo, que si vivir en los demás, que si lo que dejamos... ¿Hasta cuándo? El tiempo solo es olvido y el olvido solo es desesperanza. Sigo echándote de menos, aita.

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