Tiempo de diálogo

Sería conveniente que la campaña electoral y la Navidad, por una vez, sin que sirva de precedente, durasen más de 15 días y una jornada, respectivamente. Convendría que su espíritu promisorio de reencuentro y diálogo se extendiera por lo menos hasta finales del mes de enero. El discurso de Felipe VI en la Nochebuena hizo especial hincapié en un llamamiento al diálogo que resulta imperativo en estos momentos. En cualquier tipo de institución, desde las más modestas locales, hasta las regionales o las nacionales, pasando por los conflictos territoriales de complejidad extrema, el debate honesto y el acercamiento entre posturas parece la única herramienta posible para montar las soluciones que reclaman la mayoría de los ciudadanos. Su reiterada forma de votar, los resultados electorales de hace menos de una semana convierten esta llamada al encuentro en mucho más que un tópico navideño, que un buen deseo de temporada.

Debe ser una nueva forma de hacer, una norma fundamental que rija cualquier negociación y gestión. Puede que muchos ciudadanos quieran un tiempo de gobiernos de minorías, en el que las reformas sean acordadas y cada pequeño paso esté precedido de cesiones por todas las partes en busca del bien común. Quizás sea mucho pedir que estos nuevos métodos estén acompañados por la agilidad, que nunca retrasen ni entorpezcan los cambios y proyectos que todos consideramos urgentes. Pero es tiempo de soñar, de pedir y de tener mejores intenciones, personales y colectivas. Así que puede resultar pertinente, como en ningún otro momento del año, aspirar a una negociación permanente y fructífera, a un encuentro frecuente y útil, que actualice la democracia española, desde cada pueblo hasta sus más altas instancias, para que ocupe el lugar preponderante que le corresponde en el mundo.