Teño saudade

En la plaza compostelana 'da Quintana' Salvador Fraga y yo recordamos aquellas sesiones del Seminario Internacional de Arquitectura

Julio Malo

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En la plaza compostelana “da Quintana” Salvador Fraga y yo recordamos hace muy poco aquellas sesiones del Seminario Internacional de Arquitectura que dirigió Aldo Rossi entre septiembre y octubre de 1976 en Santiago. Las tesis del arquitecto italiano revisaban los modos de entender la ciudad desde la cultura contemporánea y fueron origen de una de las corrientes del pensamiento posmoderno. Salvador y yo escribimos en la Revista Triunfo el artículo “Una alternativa progresista para la arquitectura”, muy contestado por los seguidores de Rossi, pues expresamos que si bien el discurso del profesor suponía una valiosa aportación para entender la lógica de las ciudades antiguas, la arquitectura ecléctica que se estaba produciendo al hilo de sus postulados nos parecía regresiva. Los arquitectos que acompañaron el reencuentro coincidieron en dos cosas: que la historia nos había dado la razón, lo cual no me parece relevante; y que como sostiene Borges, la amistad al contrario del amor no exige la frecuentación; pues no habíamos vuelto a coincidir en Galicia desde hace cuarenta años, pero el cariño permanecía tan cálido y acogedor como el recuerdo de Aldo Rossi quien con aspecto de franciscano describía Santiago: su arquitectura de piedra que resuelve la gran escala y los primorosos detalles, las galerías de madera al modo naval y las carpinterías enrasadas que tensan las fachadas y funcionan mejor que los perfiles franceses al uso.

En aquel SIAC también conocí a los jóvenes Alvaro Siza y Eduardo Souto, colaboradores de Nuno Portas en los gobiernos progresistas de Portugal. Siza aún comenta que si le preguntan por la ciudad más bella de Portugal responde: Santiago de Compostela. Fue en el siglo noveno cuando la Iglesia se apropia del ancestral flujo de seguidores del obispo herético Prisciliano, decapitado en Tréveris el año 385 junto a algunos discípulos, primeros disidentes ajusticiados por el Imperio a instancias de obispos cristianos. Sus restos fueron trasladados a Compostela, parece que esa es la causa del Camino Francés, origen de esta ciudad cuya compleja riqueza histórica aún podemos disfrutar. Esto se lo debemos a la espléndida gestión liderada por el arquitecto Xerardo Estévez que fue alcalde de la ciudad desde 1983 a 1998, a la que contribuyó Juan Luis Dalda, redactor de los Planes General y Especial del Centro Histórico, excelente profesional que falleció prematuramente.

Santiago hoy es un modelo de conservación histórica creativa. A través de un Consorcio, entre Xunta, Obispado y Ayuntamiento, se ha desarrollado la rehabilitación de su rico patrimonio y a la vez se levantaron equipamientos dinamizadores, con la introducción de arquitecturas avanzadas, como las del propio Siza, autor del Centro Gallego de Arte Contemporáneo y de la Facultad de Periodismo; así como el Palacio de Congresos de Alberto Noguerol; el Complejo Presidencial de la Xunta con un precioso parque sobre un outeiro o colina, de Manuel Gallego; y las viviendas de Víctor López Cotelo como rehabilitación de antigua granja. Menos interés a mi juicio presenta la Ciudad de la Cultura, una pieza mediática y desmesurada, propia de Peter Eisenman. Con todo se trata de una ciudad con enorme densidad de valores culturales y festivos, estos días los conciertos, de Celia Pérez Cruz en el Auditorio de Galicia, y de Amancio Prada en la Catedral, congregaron una muchedumbre de peregrinos que ya no buscan ni a Prisciliano ni al Apóstol sino al néctar que destilan, tanto el granito y los hormigones, minerales de espacios construidos, como el verdor de una naturaleza que los penetran.

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