EL APUNTE

Sospecha permanente

En tiempos de crispación política, cualquier encuesta es interpretada como una maniobra por los que salen bien parados y por los que no

En política, en comunidad, como en casi todo, los matices son esenciales. El acierto, lo conveniente, y lo ridículo están separados por una línea finísima que todos pisamos alguna vez. Es una cuestión de límites y grados, de dosis. Ya decían los clásicos que lo que distingue, por ejemplo, la medicina de la droga y el veneno es la cantidad de producto que se usa. En Cádiz –más que en otros lugares aunque no es el único– el debate político sufre desde hace cuatro años una sobredosis de ira, de inquina y rabia. Ayer pudo contemplarse con la sencilla publicación de una encuesta que da un resultado previsto, posible, probable, nunca seguro. Es una obviedad pero en estos tiempos que corren conviene recordarlas todas.

Curiosamente, todos ven una intencionalidad en el resultado vaticinado. Los que salen bien parados dicen que se trata de una maniobra para desmovilizar y anestesiar a los suyos, para alentar a los opuestos. Los que salen mal parados, creen que se trata de hundir la moral de los propios y ensalzar la de los opuestos. Queda claro que ambas teorías no pueden ser ciertas al mismo tiempo. El comienzo de esta obsesión por la mala fe habría que fijarlo en los inicios de esta década. El descontento ciudadano por los efectos de la recesión económica, cuando se disparó el paro, cayeron los ingresos familiares y el sacrosanto consumo se convirtió en un dolor de cabeza general pudo marcar el inicio de la crispación. Las posturas se extremaron, la corrupción se hizo protagonista nacional y reaparecieron ideologías («ismos») que parecían descatalogadas. Se mezcló todo con un hartazgo hacia un Gobierno local que, con aciertos y errores, acumulaba más de 15 años de recorrido. Una nueva forma de hacer política, demagógica, azuzó ese malestar tan justificado contra los representantes públicos y llegó el error, la inyección de odio, la búsqueda sistemática de la mala intención, empezó a provocar episodios en los que siempre se otorgan perversas intenciones a todos: rivales políticos, medios de comunicación y votantes de otros. La sospecha, el insulto, el abucheo, la pintada, el hostigamiento, la acusación genérica, por definición, deben desterrarse del debate político. Todo esto debería verse cada vez en menos ocasiones y, por desgracia, en los últimos años sucede lo contrario.

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