Ramón Pérez Montero - TRIBUNA

Retenciones

Entendemos por crisis económica una pérdida pasajera del control sobre los oscuros mecanismos de la producción y el consumo

Ramón Pérez Montero
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Un año más. Resulta complicado escapar del tópico cuando se asume la tarea de hacer el resumen anual de los acontecimientos relevantes. Desplazarse al extremo contrario es dejarse atrapar por la idea de que todo, tarde o temprano, acabará resolviéndose. Voy a tratar de no caer en lo uno ni en lo otro. Voy a procurar no engañarme al contemplar la realidad que nos rodea. Tampoco está en mi intención el dejarme arrastrar por un optimismo sin demasiado fundamento.

Asociamos la idea de crisis a la de caos. Entendemos por crisis económica una pérdida pasajera del control sobre los oscuros mecanismos de la producción y el consumo, con sus consiguientes repercusiones financieras, sociales y políticas. Una vez nos hacemos de nuevo con los mandos, la situación se revierte y salimos incluso fortalecidos, igual que un niño da un estirón tras superar un resfriado.

Pero esta crisis que sufrimos no es fruto del caos intrínseco a la vida sino, más bien al contrario, producto de la planificación y el orden. Vivimos en un mundo globalizado. Se trata de construir una ecuación en la que todas las variables estén sometidas a control, en donde no se deje resquicio al azar. En este diseño planificado incluso la investigación y la creatividad están sometidas a parámetros inviolables.

El problema está en que quienes diseñan la ecuación y controlan sus variables son los que obtienen los máximos beneficios de este orden y dejan el sufrimiento, el esfuerzo y los recortes para aquellos a los que no nos queda otra que someternos a sus malignos cálculos matemáticos. Ahí tenemos a Christine Lagarde, dictándonos desde su trono en el FMI, qué nuevos impuestos debemos pagar los españoles. El orden viene establecido desde arriba. Esta crisis es fruto del cálculo que impone una turbia jerarquía desde el despacho acristalado de un rascacielos o en la cubierta de algún yate. Por eso me temo que no vamos a salir del atolladero, ni pronto, ni fácilmente. Nos han metido en el redil y son lobos los que guardan la manada. Vamos a imaginar una de esas largas caravanas que se forman en las carreteras con cada desplazamiento vacacional. Los dos minutos que tardan los que van en cabeza de salir del atasco se convierten en horas de espera para los que pitan al final. Nosotros, los gaditanos, estamos muy atrás en el atasco que han creado quienes manipulan los semáforos. Vivimos en el Primer Mundo, sí, pero pertenecemos a un país periférico de la UE y, dentro de este país, a una comunidad que está en la cola del desarrollo nacional. Y dentro de Andalucía, nuestra provincia presenta los peores datos en renta per cápita y bolsa de desempleo. O sea, dentro de lo menos bueno, casi lo peor.

Nos llegan noticias lejanas de que la congestión del tráfico comienza a disolverse. Ese movimiento tardará años en llegar hasta nosotros, si es que llega, si no es que un nuevo parón programado no se lleva otra vez al traste nuestras esperanzas de poder meter cuando menos la primera. Así que paciencia. Continuaremos, pues, cuando menos un año más con nuestras ampulosas cifras de paro, con nuestros bancos de alimentos, con nuestros desahucios, con nuestras limosnas sociales para prevenir la delincuencia, con nuestras vergonzosas cifras de fracaso en educación, con nuestros enfermos en los pasillos de los hospitales, con nuestras autopistas de peaje, con nuestras carreteras sin pintar y de asfalto desollado, con nuestra universidad más centrada en cultivar su endogamia que en comprometerse con la investigación, con nuestros jóvenes que tendrán que buscar en el extranjero las oportunidades que su tierra no les ofrece, con nuestros ayuntamientos empobrecidos, con nuestros despilfarros de cara a la galería, con nuestros oportunistas que encuentran en la política o en sus aledaños el número premiado que les cambia la vida, con nuestros campos abandonados, con nuestros impuestos de primera en una economía de tercera categoría, con nuestro clima bondadoso y con nuestra alegría de vivir, por fortuna, como remedios de tantos males.

No va a haber Gordo de Navidad para nosotros. Ni siquiera premios chicos. Tendremos que seguir conformándonos con las pedreas. La pedrea de nuestro turismo atemorizado por el Levante, lo que no tiene que ser visto necesariamente como una desgracia, porque ya hemos comprobado lo que somos capaces de hacer en el terreno del urbanismo salvaje en cuanto soplaron mejores vientos que este. La pedrea del insuficiente desarrollo industrial y comercial de la zona de Jerez y del campo de Gibraltar, incluido el puerto de Algeciras. La pedrea del modesto tejido empresarial que ha encontrado cierto filón por explotar en nuevos vinos de calidad o en la cabaña payoya. Los seres humanos nos caracterizamos por ser hábiles e imaginativos. Sabemos encontrar las soluciones en los más difíciles trances. Pero a nosotros nos han adoctrinado, por medio de un sistema educativo perverso, al que tengo la suerte o la desgracia de pertenecer, para que no se nos ocurra circular por ninguna vía alternativa, ya existente o creada por nosotros. Nos han educado, y así lo sigue haciendo la publicidad, para que creamos en que las autopistas del desarrollo conducen de manera directa a la felicidad.

Por supuesto las autopistas que se nos ofrecen son de peaje. De un peaje tan elevado que difícilmente puede pagarlo la mayoría. El pago que se nos exige es el de la competitividad. Debemos ser animales competitivos. Atletas sin compasión obsesionados por sobrepasar a todos nuestros rivales. Se nos obliga a adelantar por la derecha y, si no queda otra, incluso a hacerlo por el arcén. ¿Qué posibilidades tenemos de ganar en esta contienda los que forjados a través de una trimilenaria tradición cultural tendemos precisamente hacia el disfrute de la vida que supone elegir de manera voluntaria una ruta de montaña para encontrar la dicha no en la meta, sino en el propio recorrido? ¿Cómo podremos derrotar a los esclavos que trabajan catorce horas al día los trescientos sesenta y cinco días del año sin convertirnos también nosotros en esclavos de un sistema que solo premia a los triunfadores amorales, a los psicópatas que se mueven al husmo de la riqueza? ¿Qué posibilidades tenemos los que todavía pensamos que se pueden hacer las cosas bien hechas y que se debe aspirar a productos de calidad cuando lo que el sistema de las autopistas de peaje exige son los altos niveles de producción a precios cada vez más baratos?

Nuestras posibilidades en esta carrera son más bien pocas. Resulta casi milagroso comprobar cómo algunos productos autóctonos de calidad todavía se mantienen frente a la riada imparable de la basura china y de la producción industrial basada en el aceite de palma.Ya digo que resulta casi milagroso comprobar cómo esta apuesta por la calidad, y por la baja producción y precios en consonancia, sobrevive en este mismo mundo donde cada catorce días desparece un idioma. También tenemos en Medina ese otro milagro de la supervivencia de la repostería al más puro estilo tradicional basado en el empeño personal y en la educación generacional en el gusto por lo bien hecho. Pero, como digo, son habitas contadas. Una quimera pensar que estas frágiles plantas pudieran alcanzar un nivel de floración que las pudiera convertir en motores del desarrollo económico, justamente porque su filosofía es la de no transitar por autopistas bajo el rígido control de las grandes firmas reguladoras del tráfico.

Nuestra situación geográfica nos ofrece sol y viento. Cuando menos podríamos competir en el desarrollo de las energías alternativas que explotan estos recursos sostenibles. Los aerogeneradores que vemos en nuestros campos están desarrollados, no obstante, en Alemania y son montados por mano de obra barata procedente de Portugal. Acabo de leer que el año pasado en la brumosa Bruselas se instalaron más placas solares que en todo nuestro país. Podríamos generar mucha energía solar fotovoltaica en los mismos tejados de nuestras casas, pero nuestro gobierno, en vergonzosa complicidad con las eléctricas, acaba de ponerle un impuesto al sol para que tampoco podamos tomar esa ruta alternativa. Lo dicho, el redil y los lobos guardando la manada. Mucho me temo que la cola no va a avanzar por más que nos desesperemos haciendo sonar el claxon.

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