Julio Malo de Molina - OPINIÓN

Pasión por el fútbol

Ser madridista, atlético, barcelonista, bético o cadista, es mucho más que participar del espectáculo deportivo a través de un club

Julio Malo de Molina
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Recuerdo una canción muy popular durante mi infancia de la italiana Rita Pavone: «¿por qué, por qué los domingos por el fútbol me abandonas?». Entonces se hablaba del partido dominical, ahora también y como mínimo: martes, miércoles y sábados, con la variable del fútbol televisivo que para el buen aficionado nunca puede suplir el placer del estadio y los rituales que arropan no sólo el espectáculo sino también las copas a la salida del encuentro. En estos tiempos de final de primavera y preludio del estío, las noticias y algaradas en torno al mundo futbolero se hacen más patentes, en especial para quienes como yo no seguimos de forma asidua estos acontecimientos.

El football fue un juego popularizado entre los obreros ingleses en el cambio de centuria, y aún en el Reino Unido es deporte vinculado a las costumbres de la clase obrera.

En países pobres, como la España de los años veinte del pasado siglo, prendió fácilmente pues no exigía demasiado gasto para su práctica. Bastaban una pelota y cuatro palos, y los campos podían ser de tamaño no estrictamente reglamentario, de hecho aún se puede ver a chavales que juegan con fervor en calles, plazas o parques públicos. Incluso a nivel profesional, los medios y las instalaciones no resultan costosos. Otra cosa es la explotación comercial del interés de la gente por un espectáculo, antes modesto y que ahora produce inusitados despilfarros.

De todas formas lo peculiar del fenómeno es cómo en torno al mundo del fútbol se ha montado una trama social que de alguna forma satisface la pulsión primigenia del hombre quien como animal gregario siente la acogedora atracción de la horda solidaria. Así, ser madridista, atlético, barcelonista, bético o cadista, es mucho más que participar del espectáculo deportivo a través de un determinado club. Además de las connotaciones localistas, nacionalistas, culturales, y/o políticas que cada equipo pueda llegar a representar, el aficionado vive con apasionada sinrazón las hazañas o desventuras de los suyos, simplemente porque necesita esa relación de pertenencia al grupo, en las alegrías y en los contratiempos.

Ahora no consigo aficionarme al fútbol, por cierta ruptura que produce la universidad convulsa de finales de los sesenta, en la cual se juzgaba al fútbol instrumento de la dictadura contra la razón científica, pensamiento reduccionista que de últimas me permite asociar la épica futbolística al mundo de la infancia, la verdadera patria de cada cual según Rilke.

Mi pandilla gaditana me hizo barcelonista por dos razones: nuestros padres eran del Real Madrid y el Barça de Kubala ofrecía un encanto más exótico y glamuroso. Recuerdo mi primer partido en el Bernabéu en septiembre de 1960, en el cual dos goles de Luisito Suárez apearon al Madrid de su brillante trayectoria europea. Luego leí la Oda a Platko, guardameta del Barcelona, de Rafael Alberti, escrita en 1928 a raíz de la final de Copa jugada contra la Real Sociedad en el Sardinero, un tercer partido para decidir el campeón: «Camisetas reales,/ contrarias, contra ti, volando y arrastrándose,/ Platko, Platko lejano».

Este año también el Barça ha ganado la Copa mientras el Real Madrid acaba de conseguir su duodécimo triunfo continental, y los trovadores aún cantan los éxitos de sus equipos, como Sabina al Atleti o Serrat al Barcelona. Enrique Montiel cuenta una anécdota acaecida en un bar antes de un Cádiz-Real Madrid, a la pregunta «¿Qué, a sufrir?» Responde el aficionado: «Con el Cádiz yo gozo, gane o pierda».

Ver los comentarios