José Landi - Opinión

Papeles perdidos

Una miseria compartida es el mejor vínculo que existe. Nunca se menciona ni se rompe

José Landi

Es un golpe demoledor, impactante. En el país del «inglés nivel alto, escrito y hablado» resulta que nadie escribe ni habla una ‘shit’, parece que se inventan títulos para engordar currículos. En la tierra que parió a pícaro parece que hay una presidenta que se inventa másteres mientras un rector silba. Poco significa eso para los que votan. Que mienten. Pero la mentira tiene prestigio en la patria de los embusteros. En todo caso, está mal visto que te cojan. Tampoco es para ponerse así, dicen muchos.

El PP, calamitoso en casi todo, lo clavó en el nombre. Su apellido refleja su única virtud: sus defectos son los de su personal. Y eso une mucho. Una miseria compartida es el mejor vínculo que existe. Nunca se menciona ni se rompe. Lo mejor que nos podría pasar es que la incapaz (de dar ejemplo) lo pagara yéndose. Y con ella, los que facilitaron su trola por interés. Qué palo. Quién habría sospechado que en la universidad española cabían la endogamia, el sectarismo, los chiringuitos y los favorecidos. Impensable. Justo en la casa de la excelencia. No puede ser. Para los que hemos crecido con la Universidad de Cádiz, de las más prestigiosas, o hemos convivido con las nuevas de Sevilla (ad hoc, que en ese mundo gustan los latinajos), con las facultades de pago con diplomas para quien los pague, para los que vimos como algunos compañeros no tenían titulación en junio y, a la vuelta de vacaciones, ya eran MBA sin haber visto un partido en su vida, para los que hemos conocido los cursos de verano y su innegociable utilidad (para los que cobran)… Impensable.

La universidad era la única institución española libre de sospecha. En un país con más burbujas que una coca-cola (inmobiliaria, turística, los asesores, los medios…) era la única solidez conocida. «Sobre esta piedra construirás tu certeza», pensábamos. Pero no hay canto sin grieta, sirena. En la misma semana, se nos vienen abajo todos los mitos de la educación. Los másteres se inventan, los gurús de la autoayuda se suicidan borrachos, los sabios dudan, la educación superior se llena de maleducados… Hasta los padres prefieren los colegios de curas por más que el Ayuntamiento les enseñe el camino recto. Aún prefieren a un cura, a un compañero de clase con posibles, si garantiza que su hijo tendrá padrinos para graduarse y medrar en la selva laboral. Así pensamos. Es el imperio de la familia y los amigos. Si la meritocracia es una burla en todo el mundo, en España, siempre es humor negro.

Entre tanta mentira, una sola verdad: los que carecemos de titulación universitaria, por una vez, estamos libres de sospecha. Es de necios presumir de una carencia. El cifuentesgate también ha coincidido, en Cádiz, con la reaparición de la polémica en el periodismo local por el intrusismo. Unos relevos cotidianos, de tantos que habrá, en Onda Cádiz (cuánta atención política para una tele que vemos cinco semanas al año) reabrieron la herida nunca cerrada. Los reyes de la honestidad (a mí me tocan más reinas) con los que compartimos oficina sueñan con despedir algún día a los que no tienen título salvo que sean amigos suyos (entonces pueden hasta dirigir). Razones tendrán cuando lo consigan pero ya tardan. Mientras, resulta que la gente desconfía de cómo cada sheriff consiguió su placa. Esa que alcanzó gracias a su denodado esfuerzo y a los centavos que sus analfabetos padres guardaban en una lata de galletas cada noche, tras bregar jornadas interminables en campos de algodón de Alabama. Qué sacrificados los caminos de todos. Aunque yo creo que no. Que todos, no. Difíciles, meritorios, admirables, algunos. En otros, también comodidad, facilidad, atajos y cuentos. Como tiremos de la manta, no sólo en política, la mitad de los emperadores van desnudos. Qué dolor. No queda nada a qué agarrarse, en qué creer. Ni la Academia de Platón. Señor, llévame pronto. Al paro.

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