OPINIÓN

Mentidero

Sin menospreciar al de la capital gaditana que da nombre a la plaza correspondiente, los más afamados fueron los de Madrid, durante los Siglos de Oro

Mentideros, puntos de encuentro en determinados enclaves de una ciudad, con raíces en los foros romanos o los zocos árabes, a los cuales solían acudir ciudadanos de toda clase y condición con el objetivo primordial de intercambiar información. Una especie de mercado persa en el que hacerse de suculentas noticias a cambio de los habituales chismes, sin consideración alguna por el marchamo de autenticidad. De ahí su nombre.

Sin menospreciar al de la capital gaditana que da nombre a la plaza correspondiente, los más afamados fueron los de Madrid, durante los Siglos de Oro. Comediógrafos, gente del común, soldados de fortuna, caballeros de industria, poetas con sotana, todos acudían a estos lugares de reunión ávidos de discutir e intercambiar opiniones y bulos, cuando no de participar en el destripamiento moral de algún vecino de la villa en base a algún hecho notable, o cuando menos mínimamente notorio.

Hoy en día, en nuestro mundo globalizado, no tenemos necesidad de hacer acto de presencia física en tales emplazamientos. Desde que el señor Zuckerber diera con el modo de conseguir reunir a la gente en el espacio virtual, disponemos de ese mentidero planetario al que podemos acudir por medio del ordenador o del teléfono móvil. Pero ya sea en carne mortal o gracias a la simulación digital, en esencia se trata de lo mismo. Facebook (y otros ágoras del universo binario que han hecho su aparición al hilo de este) es, hoy por hoy, el punto de encuentro cosmopolita de personas atraídas por la posibilidad de comunicarse con los demás y obtener a cambio información sin preocuparse del pelaje de la misma.

Podríamos decir que Fb constituye el reflejo de la conciencia humana en toda su complejidad y también en toda su pureza. Si los seres humanos somos capaces de lo bueno y de lo malo, de lo más chabacano y lo más sublime, de oscilar entre los extremos del pudor invencible y el más arrogante narcisismo, las llamadas redes sociales son el decantador de todos nuestros méritos y también de todas nuestras miserias. ¿Qué estás pensando? Solo tienes que responder lo primero que se venga en gana para entrar con pleno derecho en esta playa nudista donde mostrar tus carencias o tus excesos en plan exhibicionista, en este baile de disfraces donde la simulación y la falsedad campan por sus respetos, en esta orgía sin límites en la que las tiernas doncellas de la ingenuidad han de vérselas con los colmillos insaciables del violador, en este barrizal donde se pisotea sin clemencia las reglas más elementales del idioma.

Quizás estemos ante un fenómeno de cristalización de la auténtica democracia, donde cada cual puede hacer uso de su voz en completa libertad y donde la censura tiene carácter plenamente personal, pero entrar en Facebook es como penetrar en el interior del alma humana, el lugar donde nuestras más absurdas aspiraciones, nuestras más pérfidas mentiras, nuestro odio más instintivo, nuestra más arrogante debilidad, nuestra falta del más elemental respeto ante el semejante han de convivir con eslóganes morales de usar y tirar, con las mayúsculas graníticas de todo aquel que se cree en posesión de la verdad, con las imágenes del último cumpleaños de nuestro gato, con las recetas caseras de los descubrimientos diarios de la pólvora, con el onanismo mental de todo genio incomprendido e incluso, rizando bastante el rizo de perseverar precisamente en el error que se censura, con estas mismas palabras que acabarán prendidas en mi muro.

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