Francisco Apaolaza

Melania Trump

Todo en Trump es extraño, excesivo y fuera de control, como una noche de setas

Francisco Apaolaza
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Un representante de la campaña de Donald Trump a la candidatura republicana ha admitido que el discurso de Melania Trump en Cleveland contenía «frases idénticas» a las del discurso de Michelle Obama en 2008 y es una pena. Al parecer, Melania, a la que yo no confiaría una misión tripulada a ningún planeta, dijo que lo había escrito ella entero aunque «con alguna ayuda». En realidad se había sentado con una asesora de su marido que tomó notas de lo que quería decir y lo que quería decir era exactamente lo que había dicho la señora Obama, pues la asesora ha confesado que estaba leyendo el discurso de la poderosísima Michelle. Escribían de oídas. No se asombren. Mucha gente piensa y vota de oídas, sin ningún tipo de cortapisa racional y menos aún vergüenza; porque piensan como el que canta en la ducha.

Hubiera sido bello que la eslovena de los pómulos perfectos y el acento áspero, se hubiera mantenido en sus trece. Yo he disfrutado paladeando la idea de que el discurso de Trump, a la que nadie ha imaginado aún sentada en la taza de un váter, se lo hubiera escrito en realidad una negra. Preferiría haber seguido soñando con la idea de que la señora hubiera escrito un día un libro y le hubiera salido ‘Rojo y negro’ con todas sus comas y sus puntos. Yo tengo un amigo que cada vez que se pone a escribir una novela, le sale ‘El ruido y la furia’. Esas cosas pasan.

Todo en Trump es extraño, excesivo y fuera de control, como una noche de setas. Todo muta rápidamente. Todo parece lo que no es. Hay gente que observa a Trump y su rostro le parece un animal mirado desde detrás, aunque de las cosas físicas no tiene nadie la culpa, pues tener cara de culo le puede ocurrir a cualquiera.

De lo de su mujer es más responsable. El ahora candidato republicano, que sería gracioso si no fuera tan peligroso, es una pura contradicción. Todo su fenómeno resulta asombroso, magnético, casi estético, como volver al trabajo en septiembre, como el hongo de una explosión nuclear. Trump es, sobre todo, paradoja. La posición sobre la inmigración que mantiene, que es cercana a la xenofobia, contrasta magníficamente con esa doña que podría haber pilotado un submarino ruso en el cine de los 90, y ahí los tienen, convertidos en iconos de la América más conservadora. Ahora dirían los modernos que la vara de medir de Trump con los inmigrantes tiene ‘flow’. Por la mañana propugna el cierre de fronteras a los musulmanes, a los árabes y una gran muralla con México, y por las noches abraza a sus mujeres inmigrantes, dos de las tres que ha tenido. Soldador mexicano, no; modelo eslovena, sí. Dos años después de conocerse, el magnate le prestó su jet privado para posar para una revista con esas dos cachas. Fue un gesto patriótico.

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