Yolanda Vallejo - OPINIÓN

Manda huevos

«Somos capaces de opinar de lo que sea. Usted habrá escuchado, como yo, las miles de versiones ‘serias’ que han corrido como la pólvora»

Yolanda Vallejo
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Dicen –aunque yo no termino de creérmelo– que lo que distingue al Carnaval de Cádiz de otros carnavales es un sentido crítico llevado hasta las últimas consecuencias. Antes de que existieran las redes sociales y el poder de los 140 caracteres, se decía que las coplas eran una especie de periodismo cantado, de memoria histórica si quieren, y que por los repertorios de las agrupaciones se podía seguir el hilo con el que se tejían los intereses de la ciudad. Puede ser cierto, como también lo es que hace mucho que las agrupaciones –sobre todo las legales– montan sus repertorios pensando más en el efecto que en la causa, y la crítica, con mayúsculas, queda para la calle, algo que por cierto, nace y se fomenta por el propio carácter de los gaditanos.

Mucho lirili, y poco lerele, ya sabe. Así somos, qué le vamos a hacer. Si es del todo cierto que en esta ciudad nació hace más de 200 años la opinión pública, no es del todo descabellado pensar que hemos perfeccionado tanto la técnica que somos capaces de opinar de lo que sea.

De lo que sea. Usted habrá escuchado, como yo, las miles de versiones ‘serias’ y cargadas de oficialidad que han corrido como la pólvora en torno al desgraciado asunto de la presunta salmonelosis. En menos de una tarde ya se conocía el origen, el desarrollo y el desenlace del brote causado –se suponía– por unos huevos y una voz supuestamente autorizada arengaba desde la atalaya de la alarma del whatsapp a deshacerse de todos los huevos como si fueran un arma de destrucción masiva.

Rápidamente conocimos el nombre del establecimiento supuestamente causante, rápidamente se desveló la identidad del fallecido, rápidamente trascendió el número de afectados y, por supuesto, rápidamente comenzaron a circular todos los bulos habidos y por haber, así, sin prevenciones, como nos gusta hacer las cosas aquí; sin maldad –es cierto– pero sin calibrar el alcance de la opinión vertida.

Porque una mala tarde la tiene cualquiera. Y un huevo en malas condiciones, también. Lo triste es que haya ocurrido en pleno Carnaval, en el agosto de la hostelería. Y lo más triste aún, que este «episodio aislado» –en palabras de nuestro alcalde– pueda alimentar la sospecha sobre una hostelería que, en ocasiones, deja bastante que desear, a pesar de las declaraciones del portavoz municipal del PP, diciendo que «los hosteleros de Cádiz han sido y son referencias de buen hacer», en fin. No es cuestión de generalizar, pero todos sabemos que tampoco tenemos una imagen como para tirar cohetes, más bien se hace lo que se puede, que en ocasiones, es poco. Lo cortés no quita lo valiente, y todos sabemos que en la guerra cualquier boquete se convierte en trinchera, y en Carnaval cualquier casapuerta se transforma en almacén o en bar. Es lo que tiene llevar a las espaldas años y años de buscarse las papas como se pueda, viviendo a la cuarta pregunta.

Que el asunto salpica, es cierto. Que los controles sanitarios deben ser más que exhaustivos en determinadas fechas en las que se prevé una mayor afluencia de público, también es cierto. Que al perro flaco todo se le vuelven pulgas, pues sí. La cuerda siempre se rompe por el lado más frágil y ahora, que estábamos haciéndonos hueco como destino turístico-gastronómico, una historia como esta se convierte en un varapalo. Y mucho más si somos nosotros mismos los que la alimentamos.

El desafortunado asunto del huevo consiguió apagar los ecos de otro tema que también mandaba huevos –como hubiese dicho Trillo– por desafortunado, por desangelado y por asumir la creencia de que los gaditanos somos capaces de reírnos de cualquier cosa. Y no, mire usted, por ahí si que no. Porque no hay nada que nos fastidie más que alguien intente tomarnos el pelo y que, encima, nos demos cuenta. No pongo en duda que Pablo Carbonell preparara su pregón «con el corazón» como ha llegado a declarar después de recibir un baño cargadito de críticas. Ni dudo que las circunstancias fuesen las más óptimas –según Carbonell– ni dudo que el pregonero no estuviese en las mejores condiciones físicas «yo estaba en el hospital conectado a una máquina de oxígeno, haciéndome una analítica, pruebas, y placas de tórax», para subirse al tablao de San Antonio; pero tampoco pongo en duda que, en algún momento, llegó a pensar que cualquier cosa valía para esta ciudad. Tal vez nadie le dijo en qué consistía un pregón de Carnaval, y el hombre hizo otra cosa «mi pregón era eso, recordar a mis compañeros y profesores de los Salesianos» –eso lo deja usted para cuando lo convoquen a la reunión de antiguos alumnos–, o tal vez nadie supervisó el texto en el que se decían cosas como «mercado de las flores», «reina de las fiestas», «barrio de la Paz»… Cosas que aquí son muy difíciles de digerir.

El pregón de la bicicleta estática fue un tremendo error. No pasa nada por reconocerlo. No es el primer pregón que decepciona, y seguro que no será el último. Dicen que de los errores se aprende; a algunos les cuesta aprender que lo que distingue al Carnaval de Cádiz de otros carnavales es el sentido de la crítica.

Aproveche lo que nos queda, y que usted lo critique bien.

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