Opinión

El grosor del embudo

Tienen la piel muy fina, pero lo preocupante es que no corrijan el exceso de grasa en el hígado

'Kichi', durante la declaración institucional por la crisis del coronavirus.

El diccionario de la RAE define la Estética, en su séptima acepción, como «Armonía y apariencia agradable a los sentidos desde el punto de vista de la belleza». Una definición que encierra ella sola todo un tratado de Arte, que a su vez se define como un camino de expresión de ideas y emociones que define la evolución del ser humano desde el origen de la especie.

La búsqueda de la Belleza y la forma de hacer agradable la existencia a uno mismo y a los demás ha constituido una preocupación intrínseca del hombre. Búsqueda y perfeccionamiento que ha contribuido, a lo largo de la Historia, a elevarlo y superarse como individuo y a procurar la felicidad y el bienestar de los demás. Los periodos más oscuros de la Historia están constituidos por episodios en los que el Hombre enterró su espíritu artístico: el Terror revolucionario francés, el Holocausto, el estalinismo, la 'Revolución Cultural' china, los khemeres rojos en Camboya…

Ligada a esa búsqueda y a la pretensión armónica se encuentra la preocupación por la apariencia y por cómo ésta refleja el espíritu, hasta el punto que Aristóteles y sus seguidores llegaron a desarrollar un manuscrito al respecto.

La preocupación estética es intrínsecamente humana: le ocupa a la señora conservadora que se tiñe el pelo y al viejo rebelde que se lo trasquila; al obrero que limpia sus mejores zapatos para acompañar a su hijo y al profesor que elige ponerse zapatillas para recibirlo; al comparsista que se maquilla y empluma antes de actuar ante el público y al dignatario que decide presentarse en una recepción oficial en mangas de camisa. Todos buscamos una imagen que nos aporte satisfacción personal a la par que refleje, en los demás, una idea que queramos transmitir. Y no siempre es buena, pero sí pretendida.

Del mismo modo, la apariencia personal ha sido objeto, desde el inicio de los Tiempos, del ataque despiadado del contrario. Y sería un error pensar que el artífice del ataque es siempre un simple, carente de argumentos. Cuando el agresor consigue su objetivo es, precisamente, porque conoce que el flanco estético del adversario resalta como importante punto débil. En ese sentido, resulta llamativo comprobar cómo un sujeto es capaz de mantenerse impertérrito cuando se le tacha de vago, de ignorante, de embustero o de poco aseado; pero salta como un resorte cuando le recuerdan su sobrepeso. Da una idea bastante precisa del orden de valores del afectado.

No conviene tampoco olvidar que la crítica estética se ha erigido como pilar fundamental del Humor, en todo tiempo y de modo universal. Las taras y defectos físicos han provocado la carcajada de la gente cuando el cómico de turno se ha cebado en ellos. Tales risas sonaban más o menos estridentes en función del grado de simpatía que se sentía hacia la persona objeto de la burla y, aunque nunca se considerara de buen gusto, siempre se ha soterrado la crítica a ese tipo de humor -por chabacano que fuera- bajo el paraguas de la Libertad de Expresión, llegándose a acuñar incluso el término «ofendidito» para quien ose mostrarse molesto ante los dardos.

Se llama «fea» -de forma cansina y torpe- a una alcaldesa, esposa y madre, sin que a esta y los suyos se le permita sentirse molestos. Como se ha hecho sangre ante el sobrepeso de un antiguo concejal y se ha aprovechado el aumento de volumen para relacionarlo con la ingesta de gambas y Campari. Y todo cabe. Pero que nadie ose hacer comentario alguno sobre la apariencia física de «uno de los nuestros» o sus familiares, que eso resulta vergonzoso.

Tienen la piel muy fina, pero lo preocupante es que no corrijan el exceso de grasa en el hígado. Deberían dejan la casquería antes de aconsejar a otros que se vuelvan veganos.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios