Adolfo Vigo del Pino

Los ‘festorros’ cofrades

Las hermandades durante el año esconden en el anonimato de su día a día una labor social desconocida

Adolfo Vigo del Pino
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A raíz del artículo de la semana pasada, surgió un debate en torno a los presuntos ‘festorros’ que los cristianos nos pegamos a costa del erario público, aunque mi intención no era otra que hablar de la polémica creada, como diría Antonio Recio, con los ‘pechotes’ de la Maestre y su asalto a la capilla de la Universidad. Lo cierto, y no se puede negar porque es público, es que las hermandades reciben una subvención por parte del Ayuntamiento, la cual es justificada íntegramente por éstas mediante las facturas pertinentes.

Puede ser que para alguien no creyente le parezca que utilizar parte de sus impuestos para ese ‘festorro’ religioso, que es la Semana Santa, sea tirar su dinero, pero es que las hermandades son mucho más que las cinco, seis o siete horas que salen a la calle.

Las hermandades durante el año esconden en el anonimato de su día a día una labor social desconocida a través de sus bolsas de caridad. Es curioso que esa misma semana el Consejo Local entregara más de 10.000 euros para organizaciones sociales de nuestra ciudad. Sin olvidarnos de la cantidad de familias a las que les dan trabajo estas instituciones. Ya lo dijo Antonio Banderas, que no es sospechoso de ser de derechas, en su pregón a la Semana Santa malagueña al referirse a las hermandades, éstas «forman una industria, la industria de la Semana Santa, que da de comer a miles de familias, (…) en todo el territorio andaluz, no sólo durante la semana de las celebraciones, sino durante todo el año. Esta industria da mucho más de lo que recibe. No dudemos pues en reconocerlo, protegerlo y ampararlo de forma inteligente».

Alguno llega a proclamar que si los curas quieren festejos que se lo paguen ellos, dejando al descubierto un desconocimiento supino de este mundo, ya que si por algún alzacuello fuera, no se pondría en la calle ni una parihuela.

La incongruencia de este pensamiento excluyente sería equiparable al de aquel que por no gustarle el teatro pidiera que sus impuestos no financiaran al FIT, o a Alcances si no le gusta el cine documental, los eventos gastronómicos de las asociaciones de vecinos porque nunca se ha puesto en una cola, o más en concreto, al carnaval, porque no le gusta esa fiesta, no participa de ella, o, simplemente, porque no le da la gana de que su dinero vaya a una festejo que se está convirtiendo en un macrobotellón.

El problema es cuando la religión se ve desde la perspectiva de la izquierda más radical, de esa izquierda que no ha superado la historia, y que pretende utilizar la democracia para pasar factura a la Iglesia por haber sido utilizada en su día por el régimen dictatorial, y de paso ganar réditos electorales manteniendo la brecha entre las dos Españas. Una izquierda extremista que en su intento de encarar el poder, se ensaña con las hermandades y cofradías de nuestras ciudades, y con cualquier indicio que pueda representar a la religión cristiana, como es el nombre de una calle o la estatua de una santa, sin tener presente que los que están en los ayuntamientos deben de mirar por los intereses de todos los ciudadanos y no por los de esa minoría rabiosa con todo lo que huela a incienso.

Hasta un ateo, como Sabina, espera a la Esperanza de Triana soñando una saeta, pero es que la cultura no está reñida con la religión.

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