OPINIÓN

Ya eres de Madrid

Encontrarse en Madrid es lo más universal que hay después del miedo y la calentura, porque todo el mundo que llega a Madrid viene de otra parte

He leído en la prensa que este fin de semana va a venir la gente de Tractoria a manifestarse a Madrid y yo les entiendo. Me parece muy bien. Está la ciudad para comérsela por los pies y eso que aún no ha echado a volar la moneda de San Isidro. Veo Madrid desde Vallecas como una escalada de ladrillo, como un torrente inverso de lava roja y de humanos, como un volcán quieto. El retiro en su festival de zapatillas de alta gama, los chalequillos esos tan cómodos, el carril bici,, la Puerta de Alcalá acribillada de tiros y de selfies, y esa Gran Vía deslizándose allá abajo como un tobogán hacia el verano. Yo es que de Madrid, hasta los atascos. Hasta los predictor. En Galapagar Pablo e Irene ya van por la tercera y quizás este sistema no sea tan incompatible con la vida. Ah, Madrid, solo exagera sobre el valor del terraceo, que es vulgar y limitado como en cualquier parte, y esa oferta cultural, porque puedes ir a ver el Rey León cada jueves, pero al final, nunca vas. Todo lo demás es bueno en Madrid, hasta el cabreo de Madrid con Madrid porque el enemigo está tan desdibujado –el gobierno, el turista, el hijoputa del BMW que me sacó el viernes de la M40– que al final el enemigo no existe.

Siempre es bueno ir a otras partes, aunque hay partes mejores que otras. Madrid sigue siendo la pangea de las ciudades de Occidente. En cinco horas de coche te pones allí, o allí. Yo animo mucho a Torra, pues lo veo mustio, a que pruebe ser madrileño. Mira, Quim, se hace así. Tú te metes en cualquier estación de metro -la primera que pilles- sacas la cartera, miras a la máquina con una ojeo circular para trazar un mapa mental, una idea general de dónde quedan los botones y las ranuras de las monedas. Después separas la cabeza, pones una mueca circunspecta como de desconfianza, le das al botón táctil de la pantalla con la yema así fuerte como si insistieras aunque no haga falta, seleccionas un bono de diez viajes, pagas doce pavos y, hala, ya eres de Madrid.

Encontrarse en Madrid es lo más universal que hay después del miedo y la calentura, porque todo el mundo que llega a Madrid viene de otra parte, hasta el de Madrid, o sobre todo él, pues todas sus patrias están perdidas. A veces hay que buscarse lejos. Nicolás Maduro es un buscador. Comenzó su mandato hablando con los muertos que habitan en los pájaros y anda bailando la danza del fuego. Ahora ha recomendado a sus ciudadanos que se pongan las pilas porque los interruptores están todos muertos. Nadie ha podido inventar una metáfora de la oscuridad del chavismo mejor que el apagón. Maduro ha mandado a arreglar el problema a sus comités paramilitares con sus motos y sus pistolas del gobierno. Mejor si los hubiera armado con una caja de herramientas y un rollo de cinta aislante. «Anden, hijos de la patria bolivariana y encuéntrenme ese cortocircuito». Maduro no para de buscar al culpable de la hecatombe venezolana y quizás todo se trate de que no da con él porque está demasiado cerca. A ver si a fuerza de buscar se va a encontrar a sí mismo.

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