José Manuel Hesle

Eclosión de egos

Sembrando dudas y mintiendo cuanto sea menester para fulminar competencias incómodas

José Manuel Hesle
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Anidan dentro. Asolapados al parecer en la parte oscura del cortex cerebral. Fiscalizan las licencias que cada cual se consiente para sí y determinan la cara que los otros desean que tengamos. Utilizan las emociones para doblegar al comportamiento. Aniquilan el carácter amable de las relaciones y acaban por dar al traste con la mayor parte de los retos comunitarios. Cuanto más se les ignora, mayor es su influencia. Cuanto más se les elude, más se robustecen. Resistirse a su presión resulta tan complejo que se acaba por claudicar.

Procuran visibilidad a costa de ir por la vida dando brasa a todo bicho viviente. Regalando disertaciones que nadie pide o provocando discusiones que no conducen a otro destino que la afrenta y la discordia.

Insidiando sin recato y desacreditando sin freno. Ejerciendo de ‘sobrao’, perdonavidas o salvapatrias. De víctima irredenta o pelota irreductible. De bufón o patético mocito feliz a la búsqueda de la foto o el aplauso. Sembrando dudas y mintiendo cuanto sea menester para fulminar competencias incómodas.

Garantizan el foco con tal de que se ignore el interés común. Lo que une. Lo que suma y permite crecer colaborativamente. De hacer lo que haga falta para exterminar, como el mítico Procusto, a quienes destaquen por sus capacidades e ideas.

Estoy seguro que estará a punto, sino lo ha hecho ya, de descubrir el enigma. Porque casi nadie es ajeno a los seis meses de ‘show’ y pasarela que hemos padecido, donde el yo más que tú y el tú más que yo han vencido a un nosotros tan urgente y tan necesario. Y a pesar de todo, el «que ni se lo piensen» o el «qué se habrán creído» ha vuelto a retomar la situación de partida si cabe agravada por el triunfo de quienes con tal de seguir manteniéndose en el escaparate poco o nada les ha quedado por hacer, simular, encubrir, mentir a sabiendas, eludir y barrer ‘pa dentro’. Los perdedores cada cual por su lado se cuestionan, en un caso, qué ha pasado para no ganar como esperaban. En otro, se apresuran a culpar al de en frente del desastre y se consuelan con que al menos no les hayan superado como temían. Los vencedores, perplejos todavía, se frotan los ojos y las manos.

Complicado resulta sacar adelante cualquier proyecto en una ciudad que se lamenta hasta la saciedad de su declive y de no vislumbrar soluciones para los problemas más endémicos pero que no duda en hacer del lamento un rentable modo de vida y una ocasión para la autocomplacencia y la notoriedad. Que exigen y encomiendan a manos y mentes ajenas la salvación económica y el vigor para afrontar el propio futuro, diagnóstico que tomo prestado de un amigo. Con qué facilidad se desmontan iniciativas que pretenden unir esfuerzos, aprovechar sinergias y multiplicar ilusiones. Con cuánta impunidad se descalifican actuaciones que resultarían decisivas sólo porque reconocer el mérito de quienes están detrás pudiera sombrear trayectorias personales dudosamente forjadas. Se trata de generar el desaliento y provocar el abandono. Ajenos a las propias limitaciones y medianías se cabila aquí con indolencia sobre cualquier asunto por muy peliagudo que fuere y se resuelven a golpe de mostrador los más complejos asuntos de Estado.

Último Pleno municipal. Enésima eclosión de egos. Provocación mutua y sobreactuación victimista con dedo acusador incluido. Ciudadanos descorazonados pasan ahora el testigo a políticos histéricos e histriónicos que poseídos por egos exacerbados se alejan cada vez más de la calle. Cádiz, mientras tanto, en ralentí.

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