Opinión

Donde habite el olvido

La puesta en marcha del proyecto del Museo del Carnaval presentado a la convocatoria de la Junta tiene hasta su gracia

Varios turistas pasean por el centro de Cádiz ANTONIO VÁZQUEZ

Yolanda Vallejo

Al final todo se reduce a lo mismo, cualquier análisis -incluso los análisis clínicos- se somete a la perversa justicia impartida por el tribunal de la realidad y el deseo. Un tandem antitético que procede de la misma cepa que el ‘yin y el yang’, o el españolísimo ‘quiero y no puedo’ que, enmarcado en letras grandes, preside cada hogar de esta bendita tierra -me ha salido muy Lauren Postigo, pero es que últimamente no paro de ver el vídeo del «baptisterio paleocristiano romano del siglo I», y algo se pega-. La realidad y el deseo son las dos caras de la moneda con la que todo se compra y se vende en el tiempo que nos ha tocado vivir. Una cosa es lo que queremos ver y otra cosa muy distinta es lo que vemos; una cosa es lo que queremos ser, y otra lo que somos; y lo sabemos, aunque nos cueste reconocerlo.

Porque nos podrá parecer que el turismo -ese gran invento, con el Dabadaba de las Buby Girls incluido- viene encantado a nuestra provincia, y que se va más encantado todavía. Que están todos locos por venir a Cádiz porque somos el asombro de Damasco. Nos podrá parecer que nuestra oferta veraniega, nuestras playas, nuestra restauración, nuestros hoteles, nuestros servicios y nuestro transporte son el gran qué; y nos podrá parecer que estamos a medio camino entre Venecia y Baden Baden, pero lo único cierto es que el turista accidental ha hablado y ahí está el informe del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA) para ponernos los pies en la tierra y la cara colorada. La encuesta de percepción del turismo nos coloca directamente en el rincón de pensar. Última o penúltima en 22 de los 23 ítems que recoge la encuesta, con algunos datos auténticamente vergonzosos, sobre todo en transportes públicos, alojamientos, restauración e información turística. No es por señalar, pero cada uno que recoja lo suyo. Virtual y real, acuérdese del chiste; virtualmente tenemos las mejores playas, los mejores hoteles y los mejores restaurantes, y al final, turistas insatisfechos es lo que tenemos; más insatisfechos incluso que en el pasado año, según la misma encuesta.

Algo estaremos haciendo mal, o no todo lo bien que creemos. Porque parte de nuestras culpas las lavamos en la autocomplacencia que siempre nos ha caracterizado y que nos impide ver más allá de nuestros propios ombligos. Y más allá, se impone siempre la realidad, y la realidad -aunque escuece- es que seguimos siendo la provincia más olvidada de Andalucía, el lugar donde habita el olvido.

Por eso el anuncio, una vez más, de la puesta en marcha del proyecto del Museo del Carnaval presentado a la convocatoria de la ITI Cultural de la Junta de Andalucía tiene hasta su gracia. No lo podrá usted negar. El Ayuntamiento ya ha puesto las fichas sobre el tapete, la apuesta es altísima y con mucho riesgo, y la ruleta, como siempre, está trucada. Porque la promesa de Susana Díaz -aquel millón de euros del que nunca más se supo- era el deseo, pero la incómoda realidad nos coloca en una incómoda oposición para la que, tal vez, no estemos preparados. Tenemos las notas, y parece que tenemos las letras, pero la partitura no suena como debería a estas alturas.

Mientras, el alcalde anuncia que las obras comenzarán el 31 de diciembre de este mismo año -curioso el día elegido, por cierto- y que finalizarán dos años después -el mismo día 31 de diciembre; curioso, insisto- abriendo sus puertas con la llegada de 2021. Mire usted qué calculado todo, tan calculado que ya saben que en el primer año vendrán 312.523 visitas -ni Antonio de María habría afinado tanto-, 328.149 el segundo y así subiendo progresivamente hasta los 379.827 que lo visitarán en 2025. Vamos, una precisión digna de una maquinaria suiza, que contrasta muchísimo con la improvisación y la indolencia propia de estas latitudes.

Con la misma concisión se han presentado las cuentas. Un presupuesto pormenorizado donde resulta más caro el proyecto museográfico que el mobiliario, por ejemplo, pero está justificado ya que tendrá una «perspectiva única y singular», «potenciando los recursos innovadores que faciliten un contacto profundo y único con el espectador», sea lo que sea lo que signifique eso. El Museo será para quien lo llegue a ver «un dinamizador de la economía local» porque desde el «propio diseño y conceptualización se convierte en motor generador de empleo». En fin, ese es el deseo -de algunos, claro, pero deseo al fin y al cabo- y el tiempo se encargará de diseñar cuál es la realidad.

Así vamos, transitando por la estrecha senda que queda entre la realidad y el deseo, en un peligroso juego de equilibrio del que solo sabemos que en cualquier momento nos podemos caer. Pero al menos vamos avanzando; mucho peor lo tienen quienes se niegan a ver la realidad y solo se mueven en las coordenadas del deseo y del disparate.

El pasado martes el candidato del Partido Popular daba una rueda de prensa para denunciar la dejadez del Ayuntamiento en materia de mantenimiento urbano, delante de una valla de la avenida Juan Carlos I. Sí, ha leído bien. Una rueda de prensa en una valla. En fin, el mismo lo dijo, «esto no es una realidad paralela».

Claro que no, esto es simplemente, lo que hay. Ni más, ni menos.

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