Crece la desgracia

El crecimiento de los casos de violencia de género en Andalucía habla de un fracaso colectivo

La Voz de Cádiz

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Los números que llegan desde el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía no tienen color político pero sí nombres, caras y lágrimas. Caben pocas dudas e interpretaciones. Con esto no se juega. Vienen desde el más alto tribunal de Andalucía. Hablan de esa lacra nacional, casi universal, de la violencia de género, del machismo violento, asesino y humillante que sigue cobrándose víctimas de una forma aterradora. Los datos confirman que el adjetivo no es exagerado. Para mayor espanto social, humano y colectivo, durante el pasado año se ha registrado la mayor cifra de denuncias, sentencias y casos desde que hay recuento. Eso puede significar que ha terminado el tiempo del silencio, de la impunidad por temor de la víctima. Pero también dibuja un horrible tamaño de una lacra social que resiste a todo tipo de cambios y épocas.

En la comunidad autónoma fueron 6.585 mujeres las que tuvieron que ser protegidas durante 2017 tras presentar una denuncia contra una pareja o expareja, contra un hombre. A ese número alarmante hay que sumar el de los casos que no se denuncian por miedo. Son difíciles de fijar y mejor evitar la especulación de cuantificar por aproximación. Las mujeres, oficialmente, consideradas víctimas de violencia machista en ese periodo en Andalucía y en Cádiz tienen un retrato-robot. El grupo de afectadas más numeroso tiene entre 35 y 41 años. Es la edad crítica. Pero lo más preocupante es que en las generaciones más jóvenes existe una dolorosa proliferación. Es un fracaso de toda la sociedad (padres, docentes, administraciones, medios, empresas...) que haya niñas protegidas en ese recuento. Son decenas de futuras mujeres, aún entre los 14 y 17 años, amenazadas, agredidas, custodiadas. Algo estamos haciendo muy mal todos para que nuestros pueblos y ciudades, nuestras casas, sean todavía fábricas de machos agresivos, incapaces de mantener relaciones basadas en el respeto y la igualdad, incapaces de aceptar un ‘no’, una ruptura o la convivencia.

Las instituciones empiezan a actuar en centros escolares para prevenir estas conductas, para que féminas y varones aprendan a detectar cuanto antes las conductas miserables que acaban en tragedia. Pero parece imprescindible que todos tengamos otra tarea en casa, en cada centro de trabajo, en cada grupo de amigos. Son demasiados los maltratadores. Demasiado jóvenes. No viven en un planeta lejano. Están entre nosotros. Somos nosotros. No podemos dejar esa herencia a los que vienen.

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