Felicidad Rodríguez

Una campaña con Marx

Que íbamos a tener unas nuevas elecciones lo supimos a los pocos días de los últimos comicios

Felicidad Rodríguez
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Alas 00.00 horas del 4 de diciembre del año pasado, en vísperas de un puente de la Constitución del que ya nadie se acuerda, se dio el pistoletazo de salida de una campaña electoral que, se suponía, duraría dos semanas. Han pasado 5 meses, hoy se cumplen exactamente 159 días, y seguimos con ella. Y aún si eliminamos el 25 de junio del cálculo pendiente, todavía nos quedan 45 días. Eso dando por supuesto que durante el día 25 se guardará de manera estricta, aunque solo sea por cansancio, el carácter reflexivo de la jornada. Digo por cansancio porque desde el 2004 para acá, primero por mensajes y luego por whatsApp, hay gente que no ha sido especialmente escrupulosa con el tema.

Debe ser porque por estos lares lo de saltarse las reglas del juego se ve como muy moderno, progresista y ejemplo de cambio. Así que seguramente habrá más de un jartible que se la siga saltando como si creyera que no hemos tenido tiempo suficiente para reflexionar. Lo único que está claro, en el tiempo que nos queda, es que la fecha del 10 de junio, momento teórico para el inicio de la 2ª fase de estas elecciones en dos tiempos, pasará totalmente desapercibida. Casi siete meses de campaña, que se dice pronto. Y eso como poco; porque, a estas alturas, a ver quién es el listo que se atreve a asegurar que la cosa no se podría extender.

Ya hemos superado el récord estadounidense de las primarias que, con apenas cuatro meses y medio de campaña, empezaron después y terminarán antes que las nuestras. A este ritmo igual superamos sus presidenciales. Claro que nosotros no somos americanos y, además, los que aquí decían que iban a tener primarias, tampoco las van a hacer. Tiempo que ahorran; además, hay que tener en cuenta que se ha repetido hasta la saciedad que la segunda parte de la carrera hacia La Moncloa debe ser low cost; e imagino que han pensado que ello debe extenderse también al candidato. Que íbamos a tener unas nuevas elecciones lo supimos a los pocos días de los últimos comicios. Cuando en la tele vimos a Don Pedro Sánchez decir a la formación más votada aquello de: «No y ¿que parte del no es la que no entiende?», empezamos todos a hacer cálculos de nuestra siguiente cita con las urnas. Lo que no imaginábamos por aquel entonces, en el frío diciembre, era que la campaña iba a extenderse tanto que tendríamos que votar en bañador. Claro que este tiempo era necesario para que se nos explicase, con exquisita pedagogía, las razones por las que el sentido de lo que cada uno votó iba modificándose conforme Mercurio se iba acercando al Sol. Nunca se había interpretado y reinterpretado tanto la intención de voto. Más de uno, mirándonos de manera cautivadora a través de la pantalla, parecía decirnos como Chico Marx: «¿a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?»

Ahora, en la segunda parte del proceso, tocará conjugar lo que se proponía en diciembre, con las heterogéneas interpretaciones que se han hecho hasta el momento y, lo más difícil todavía, con lo que se propondrá hasta junio. Auténtico encaje de bolillos para los que algunos no tendrán más remedio que echar mano de nuevo a otro Marx, Groucho por supuesto, para convencernos de la bondad de sus planteamientos: «estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros».

del que ya nadie se acuerda, se dio el pistoletazo de salida de una campaña electoral que, se suponía, duraría dos semanas. Han pasado 5 meses, hoy se cumplen exactamente 159 días, y seguimos con ella. Y aún si eliminamos el 25 de junio del cálculo pendiente, todavía nos quedan 45 días. Eso dando por supuesto que durante el día 25 se guardará de manera estricta, aunque solo sea por cansancio, el carácter reflexivo de la jornada. Digo por cansancio porque desde el 2004 para acá, primero por mensajes y luego por whatsApp, hay gente que no ha sido especialmente escrupulosa con el tema. Debe ser porque por estos lares lo de saltarse las reglas del juego se ve como muy moderno, progresista y ejemplo de cambio. Así que seguramente habrá más de un jartible que se la siga saltando como si creyera que no hemos tenido tiempo suficiente para reflexionar. Lo único que está claro, en el tiempo que nos queda, es que la fecha del 10 de junio, momento teórico para el inicio de la 2ª fase de estas elecciones en dos tiempos, pasará totalmente desapercibida. Casi siete meses de campaña, que se dice pronto. Y eso como poco; porque, a estas alturas, a ver quién es el listo que se atreve a asegurar que la cosa no se podría extender.

Ya hemos superado el récord estadounidense de las primarias que, con apenas cuatro meses y medio de campaña, empezaron después y terminarán antes que las nuestras. A este ritmo igual superamos sus presidenciales. Claro que nosotros no somos americanos y, además, los que aquí decían que iban a tener primarias, tampoco las van a hacer. Tiempo que ahorran; además, hay que tener en cuenta que se ha repetido hasta la saciedad que la segunda parte de la carrera hacia La Moncloa debe ser low cost; e imagino que han pensado que ello debe extenderse también al candidato. Que íbamos a tener unas nuevas elecciones lo supimos a los pocos días de los últimos comicios. Cuando en la tele vimos a Don Pedro Sánchez decir a la formación más votada aquello de: «No y ¿que parte del no es la que no entiende?», empezamos todos a hacer cálculos de nuestra siguiente cita con las urnas. Lo que no imaginábamos por aquel entonces, en el frío diciembre, era que la campaña iba a extenderse tanto que tendríamos que votar en bañador. Claro que este tiempo era necesario para que se nos explicase, con exquisita pedagogía, las razones por las que el sentido de lo que cada uno votó iba modificándose conforme Mercurio se iba acercando al Sol. Nunca se había interpretado y reinterpretado tanto la intención de voto. Más de uno, mirándonos de manera cautivadora a través de la pantalla, parecía decirnos como Chico Marx: «¿a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?»

Ahora, en la segunda parte del proceso, tocará conjugar lo que se proponía en diciembre, con las heterogéneas interpretaciones que se han hecho hasta el momento y, lo más difícil todavía, con lo que se propondrá hasta junio. Auténtico encaje de bolillos para los que algunos no tendrán más remedio que echar mano de nuevo a otro Marx, Groucho por supuesto, para convencernos de la bondad de sus planteamientos: «estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros».

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