OPINIÓN

El borde universitario

Hay que saludar la noticia de que alcalde y rector se pongan de acuerdo en recuperar la vida universitaria

Julio Malo

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El pasado miércoles me levanté con la saludable noticia del acuerdo alcanzado entre alcalde y rector que tiene por objeto recuperar para Cádiz un campus universitario que en los años ochenta dispersaron, frente a las quejas de Carlos Díaz que veía turbio el futuro de una ciudad histórica sin centros de formación superior, y por tanto sin estudiantes; y a los sonoros lamentos de Fernando Quiñones; comparar ahora el bello edifico de Náutica (Laorga y Zanón, 1963-1968), sumido en el abandono, con ese horror rematado por zafia cúpula que quiso ser emblema de la sinrazón sobre la marisma de Los Toruños, demuestra que en efecto prevalece la voz de los poetas. Decidí recorrer el borde amurallado en arco convexo entre el Baluarte de Santa Bárbara y el Castillo de Santa Catalina; un paseo que comienza en la punta más septentrional de la ciudadela marina; discrepo sobre la metáfora de María Teresa León, Cádiz más que un barco de piedra es sólida fortaleza que se alza sobre las aguas mediante firme zócalo de piedra ostionera. Frente al Baluarte con su verja bien cerrada, el antiguo Pabellón de los Ingenieros Militares (Silvestre Abarca, c.1760), donde se formaron los habilidosos profesionales que proyectaron los recintos amurallados de: La Habana, Manila, San Juan de Puerto Rico, Cartagena de Indias, Oran y otros tantos puertos que jalonan los mares. Ahora será sede del Rectorado de una Universidad renovada y con mayor presencia en la ciudad de Cádiz.

Al sur, las prologadas pastillas de los cuarteles, levantados entre 1732 y 1764, tensan la trama de la ciudad frente al frondoso parque y la mar. Ya tomados para usos docentes y culturales, como el ECCO, donde se aloja la colección permanente de Costus y exposiciones temporales; muy poco publico ese día, los cruceristas que toman la ciudad por las mañanas prefieren pasear junto a la mar; admiran las garitas o escaraguaitas, seduce este nombre que procede del término medieval ‘guaita’ o vigía; así como alarma que se haya empleado mortero de portland en lugar de cal para rejuntar sus fábricas, lo cual agrede la piedra ostionera; pero en Cádiz como en Venecia los desaguisados conviven con la excelencia, como para hacerse más humilde. Pensando en desastres alcanzo la pasarela, ¿por qué le dicen pérgola? Como temía lo peor, encuentro que el plano superior se encuentra en buen estado, mientras que el inferior aparece abandonado y deteriorado. Habrá que instalar un chiriguito, como escribe hoy mismo un colega: «España es un país de bares».

El acuerdo contempla arreglar la pasarela, y recuperar el Teatro Pemán que debió priorizarse en su día. Lo peor de todo es el aparcamiento subterráneo cuya construcción afectó a la muralla, supongo que ahora se pensará más en peatonalizar que en seguir perforando la ciudad; mejor aparcar fuera del centro para proteger éste de vehículos privados. Prosiguiendo, asaltan al paseante nuevos errores y horrores, en especial el nuevo Parador, desafortunada arquitectura cuya construcción desaprovechó la oportunidad de devolver al parque el espacio colonizado e instalar el uso hostelero en un Valcárcel abandonado; consuela que finalmente también lo ocupe la Universidad, como está previsto hacer con el Olivillo y con el Colegio Mayor Beato Diego. ¿Y Náutica? Es una de las mejores piezas contemporáneas del centro histórico y debía recuperar en parte su uso, ¿no será mejor formar marinos en La Caleta que entre pinares? Mientras, el CENTI y el Polideportivo quedan para «la historia universal de la infamia».

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