Campo abierto

Nuestros impuestos no sirven para cubrir los servicios públicos, sino para que muchos miserables vivan como virreyes

José Colón

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Reconozco que siempre he dado poco crédito a las noticias que reproducen las quejas y denuncias provenientes del mundo sindical. Y, como no soy político profesional (es decir, embustero experto), no me duelen prendas al aceptar que mi sesgo «ideológico» (si eso significara algo hoy en día) me sugiera una fugaz lectura diagonal o, directamente, el paso de página. Pero hoy quisiera redimirme y utilizar esta tribuna para exponer cuanto vi y aprecié en este desafortunado fin de semana en mi Cádiz de mi alma.

Infortunado porque no podría imaginar nunca que tuviera que asistir, como abogado, a un amigo –ciudadano ejemplar– por una denuncia falsa, presentada –para más inri– por una de las cuatro únicas personas por las que el mentado daría la vida. Pero comoquiera que este asunto se encuentra «sub-iudice», me permitirán que no traslade más detalles. Les ofrezco, eso sí, mi promesa de relatar todo lo acontecido una vez que se resuelva el entuerto, porque lo vivido no puede quedar ignoto para el contribuyente. Ya les adelanto que el tema tiene su enjundia (pública), sin que sea necesario entrar en los detalles personales (privados).

Lo que sí puedo contar hoy –y enlaza con el encabezado de este artículo– es lo que encontré en la primera visita que realizo a la Comisaría Provincial y a los Juzgados de San José el pasado sábado.

Pocos de ustedes conocerán –así lo espero– el interior de edificio de la Avenida de Andalucía donde se alberga la Policía. Pues bien, si alguno de los lectores lo ha visitado, por el motivo que fuere, en algún momento anterior a 2016, le impresionará saber que la vida sigue igual.

A pesar de los más de cinco años de obras, el casi millón de euros gastados en su supuesta reforma y el desbarajuste creado en la organización policial por mor de un «desalojo del edificio de urgencia por peligrar la integridad de quienes allí trabajaban» (sic.), la visita al interior del edificio hace pensar que la bajada de fachada ha resultado muy lucrativa para algún cuello blanco.

Resultó sumamente descriptiva al respecto la respuesta que dio el agente de policía encargado de conducirme por el interior del edificio cuando, sorprendido por la absoluta identidad de las carencias del inmueble antes y después de la obra, le reproché (en tono jocoso, entiéndase) que a esos trincones no les detenían. El pobre funcionario solo atisbó a decir «no, a esos no los trincaremos nunca».

Luego acudí a los Juzgados de San José. Cerrados durante más de dos meses por –¡que curioso, también!– «riesgo inminente para las personas que trabajan en su interior». Para quienes tienen la suerte de no conocerlo, el edificio se distribuye en dos plantas más un sótano. Pues bien, encontré un bonito repintado de blanco en la segunda; conté las mismas grietas en la primera, que ya me entretenía en mirar durante las largas horas de pasillo antes del cierre; y no me atreví a preguntar por el estado de los calabozos.

Allí, mientras aguardaba acompañando a mi amigo en una interminable espera por mor de los fallos del sistema informático, sentados en un banco de madera roto, no pude evitar pensar en aquel gaditano que fue Ministro de Justicia no hace mucho y del que, recientemente, se ha publicado que cargó al erario público unos 280.000 euros por viajes y estancias en Cádiz, de donde es y donde posee dos viviendas. Aunque esta información fue raudamente desmentida por el Gobierno. Y todos sabemos que el Gobierno no miente nunca

Y todo esto lo escribo mientras reviso mis redes sociales y encuentro una foto preciosa donde unos coristas posan junto al tipo en cuestión y su novia (entre ambos se soplan más de treinta mil napos mensuales de sus impuestos y los míos), donde se atisba un encantamiento de conocerse que, desde luego, no casa con las evidentes carencias de un pueblo que las sufre y les regala tan generosamente una vida de ensueño.

Qué diferente sería todo si, en lugar de bajarnos a hacernos fotos con quienes carecen de vergüenza, los subiéramos a la batea aireando sus miserias y que la ciudadanía conociera la jeta de quienes se beben y comen sus números rojos de fin de mes. Porque nuestros impuestos no sirven para cubrir los servicios públicos, sino para que muchos miserables vivan como virreyes. Y, encima, les hacemos fiesta.

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