TRIBUNA

Mi experiencia junto a Carlos Díaz

Cádiz pierde un buen ciudadano, pero nos queda el recuerdo de un Alcalde ejemplo de honestidad, señorío, elegancia y caballerosidad

Ignacio Moreno Aparicio

Podría hacer un análisis solamente político de su gestión, pero estoy seguro y, es lógico, que mi visión pudiera levantar controversias y disparidades ante otras opiniones respetables, diversas y contradictorias entre sí.

Prefiero hacer más hincapié en su perfil humano, donde puedo hablar con propiedad dada mi experiencia personal entre los años 1983 y 1990, donde compartí y viví junto a él innumerables situaciones de todo tipo. La mayoría de estas anécdotas solo las conocen un reducidísimo grupo de personas y, otras muchas, yo solo.

Corría el mes de diciembre de 1975. En el comedor del antiguo Isecotel nos reunimos veintidós amigos para firmar la constitución del Grupo Drago. Entre ellos, Carlos Díaz, uno de sus fundadores. Desde el primer momento tuvimos una relación especial. Él sabía que yo me movía en aquellos momentos en la órbita del PSOE y me confesó que tenía simpatías, pero por el PSP del profesor Tierno Galván. También me confesó que profesaba verdadera admiración por el catedrático de la Facultad de Derecho de Sevilla, D. Manuel Giménez Fernández, que le transmitió los valores del humanismo cristiano que tanto influyó en su pensamiento político.

A mediados de 1976, entre otros amigos, le convencimos para que se hiciera cargo del asesoramiento laboral del sindicato UGT junto a Ramón Dávila, Teresa Agudo y María Moreno.

En la campaña de las primeras elecciones municipales de abril de 1979, en el PSOE gaditano se postulaban dos posibles candidatos, Jaime Pérez Llorca y José Manuel Duarte Cendán. Incluso un tercer posible aspirante, que fue descartado en el primer corte. Nos reunimos en casa de Ramón Vargas Machuca en la calle Goya junto con Rafael Román para configurar esa primera lista municipal. Tras un intenso debate para analizar cuál de esos dos candidatos podía reunir las mejores condiciones electorales, por los motivos que fueran, ninguno de los dos superó el consenso de aquel mini cónclave.

Avanzada la reunión, se me ocurrió plantear la posibilidad de que el propuesto para liderar la lista fuera Carlos Díaz, que ya iba como número 7 y había solicitado asumir con agrado la concejalía de Parques y Jardines. Para deshacer el entuerto, Ramón tuvo que localizar sobre las 23.00 horas a Alfonso Guerra en Sevilla, que estaba en la librería Antonio Machado y le propuso que lo llamara en unos minutos a su casa para hablar con más seguridad. Alfonso dio el visto bueno a esta operación sin oponer ninguna objeción a la misma.

Esa primera legislatura fue ganada por la UCD con Pedro Valdecantos, Moncho Pérez y Carlos Rosado, entre otros, pero finalmente el pacto del PSOE, PSA y PCE dio la Alcaldía a Carlos Díaz por un justo margen de 14 votos contra 13. Las tres siguientes legislaturas las ganó por mayoría absoluta. Se mantuvo como alcalde un total de 16 años, de los cuales le acompañé como secretario particular desde el 3 de junio de 1983 hasta el 13 de enero de 1990.

Tres cualidades descubrí en su personalidad mientras estuve a su lado: honestidad, austeridad e independencia partidista.

En esas elecciones del 79 le acompañé en el puesto 11 de los 27 que conformaron la lista. Entraron solo 9 concejales. Durante los cuatro años de ese primer mandato, mantuvo en su secretaría a los dos funcionarios que venían desempeñando esas labores. Sin embargo, me pidió que lo acompañara muchas tardes al Ayuntamiento para echarle una mano en determinados asuntos de su secretaría particular y que le ayudara a preparar determinados discursos.

En la segunda legislatura ya me pide oficialmente que me incorpore a su equipo como secretario particular. Ofrecimiento al que accedí muy ilusionado. En esos días, ocurrió una anécdota curiosa. Un destacado miembro de la Corporación y hombre fuerte del aparato en San Antonio, le ofreció a Carlos Díaz que aceptara ser el aspirante a presidente de la Caja de Ahorros de Cádiz con un sueldo que casi cuadruplicaba el que tenía en la Alcaldía, pero con la condición de no volver a presentarse a la Alcaldía como número uno y, también le ofrecieron, como otra alternativa, ser el número dos para presidir la Diputación.

A ambos ofrecimientos, se negó en redondo Carlos Díaz. El patrocinador de ambas canonjías comprendió que sus aspiraciones políticas ya no estaban muy claras en Cádiz.

Trabajar junto a él fue para mí duro, difícil y complicado. A veces, tenía que hacer de discretísimo árbitro con un papel de amortiguador de tensiones entre el Alcalde, al que yo me debía por encima de cualquier cosa, y algún que otro concejal un tanto díscolo. Asumí que nunca debía de enterarse de ese rol que con buena voluntad ocupé.

Y es que Carlos Díaz nunca tuvo equipo cohesionado a su alrededor. Solo varios concejales más o menos brillantes y lúcidos que dieron barniz a la gestión global, donde también le colocaron a varios «paquetes» con «aparato calzador» que no sólo no sumaban, sino que daba a veces la impresión que estaban trabajando a favor de otros intereses con matices difícilmente confesables.

Con el tiempo, la imagen de Carlos Díaz subía como la espuma en toda la sociedad gaditana gracias a su sencillez, honestidad, simpatía personal, austeridad, amabilidad, buena educación e independencia política respecto del PSOE. La personalidad de Carlos apisonaba al PSOE en Cádiz. Carlos pasaba olímpicamente del aparato local del partido y los aparatos local y provincial no se lo perdonaban, pero tenían que tragar por su insuperable tirón electoral.

Para mí fue un trabajo agotador estar en una posición, casi siempre, cautelosa para tratar de mantener una aceptable sintonía en todo el grupo municipal.

Carlos Díaz era muy estricto ante los diferentes intereses personales que se suelen movilizar en un Ayuntamiento. Fui testigo de cómo prohibió a algunos familiares que se presentaran a alguna plaza de trabajo en el Ayuntamiento mientras él ocupara la Alcaldía, negándose en redondo a transigir cuando recibía alguna solicitud para favorecer algo o a alguien que él considerara injusta o inapropiada. Sin embargo, a sus espaldas y totalmente ajeno a ello, algún concejal defendía otros intereses desde San Antonio. Lo que el divino Andreotti llamaría «manca finezza».

Carlos supo administrar el arte de la prudencia al estilo de Baltasar Gracián y derramó casi siempre su agradecimiento como principal filosofía de un hombre de bien, imitando ese papel quevediano.

Como anécdota, decir que era una persona algo despistada para determinadas cosas. En más de una ocasión llegó al Ayuntamiento con zapatos y calcetines de diferentes colores y, al bajar de su coche, tenerlo que enviar a su casa de nuevo para que rectificara ese descuido.

O coger un enfado grande porque se le habían extraviado las gafas y no se daba cuenta que las tenía puestas.

En la salida del Nazareno del Jueves Santo, después de la parada y fonda que le ofrecía todos los años su gran amigo José Luis Olano en El Pedrín, era alucinante comprobar los comentarios que algunas mujeres del barrio por la cuesta de Jabonería le dedicaban a Carlos Díaz, más de uno, subidos de tono, pero siempre muy cariñosos, y cómo lo jaleaban al compás de palmas diciéndole infinidad de piropos que me consta que lo acharaban.

En resumidas cuentas, para mí, Carlos Díaz fue un buen Alcalde, desasistido de equipo y poco querido por el aparato de su partido. Defendió él sólo la permanencia de todas las facultades universitarias en Cádiz y solo tuvo el apoyo público y notorio de Fernando Quiñones. La sociedad gaditana pasaba de ese tema. Se empeñó en conseguir la indemnización por la liberación del puente Carranza y lo consiguió e, igualmente, en transformar la playa y en arreglar más de 300 calles con su alcantarillado y alumbrado nuevos, entre otras muchísimas cosas.

Intuyo que el PSOE tardará mucho tiempo en encontrar una persona en Cádiz con los valores, el carisma y la confianza que transmitía Carlos Díaz.

Cádiz pierde un buen ciudadano, pero nos queda el recuerdo de un Alcalde ejemplo de honestidad, señorío, elegancia y caballerosidad.

Amigo de sus amigos.

Yo pierdo a una persona especial que con su buen ejemplo, me impregnó el camino de la austeridad personal, el recto comportamiento y la justa administración en los asuntos de la «res publica».

Que la tierra te sea leve querido amigo.

Ignacio Moreno Aparicio

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