El factor humano

Antes de la guerra de Putin, hay que contar con las de Camerún, Etiopía, Mozambique, Afganistán y un largo etcétera

Felicidad Rodríguez

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El sábado pasado, con las campanadas y las doce uvas, despedíamos al año más caluroso de la historia española o, al menos, al más cálido desde que los registros alcanzan a informar. Un intento simbólico de dar carpetazo al 2022 y de hacer borrón y cuenta nueva para un porvenir en el que se espera se cumplan, al menos, los 12 deseos que acompañan a los toques del reloj. Durante unos breves momentos se hace un silencio generalizado en todo el país, por eso de estar atento y no perderse ninguna de las campanadas; y el que no lo está es porque se encuentra solo, sin nadie con quien comentar la escenografía de la cadena elegida, o porque se ha ido ya directamente a la cama. Los deseos que pedimos al nuevo año al que damos la bienvenida suelen ser bastante repetitivos cada 31 de diciembre; los más personales se cumplirán o no dependiendo de la suerte, la voluntad, o el destino de cada uno, mientras que aquellos buenos deseos relativos al mundo en general volverán, con ligeros matices o sin ellos, a reiterarse el próximo 31 de diciembre del 2023. Y tras el breve silencio con la atención puesta en las campanadas, el estallido sonoro de la celebración; es el momento en el que parece dejamos la responsabilidad de que los deseos se cumplan al tiempo astronómico orbital del planeta Tierra, olvidándonos del factor humano que, al fin y al cabo, es el que hace que la mayoría de los acontecimientos tengan lugar sin solución de continuidad, por mucho borrón cronológico que hagamos cada fin de año. Sin factor humano no se hubiese producido en febrero de 2022 la invasión de Ucrania por Putin, una guerra que sigue hoy, ya en el 2023, a pesar del seguro deseo de paz que todos expresamos al filo de la medianoche del pasado sábado. Pero antes de la guerra de Putin, hay que contar con las de Camerún, Etiopía, Mozambique, Afganistán y un largo etcétera, hasta donde la memoria alcanza; el matiz diferencial es que esta vez nos afecta, nos seguirá afectando, mucho más directamente. El factor humano es el que está detrás de la corrupción que, imitando la propagación pandémica vírica, ha alcanzado en el 2022 a las más altas instituciones europeas; factor humano es el que hace que la malversación de fondos públicos ya no sea un delito tan grave como creíamos. El factor humano es el que ordenó asesinar a un futbolista en Irán mientras se celebraba el Mundial en Catar, acontecimiento por cierto en cuya designación también tuvieron que ver factores más que humanos. El factor humano también es responsable de las muertes de tantas mujeres, 49, durante el año que despedimos el sábado; como también es el factor humano el que ha hecho que, en el mes de las campanadas, 54 condenados por ese tipo de crimen hayan visto reducidas sus penas y 12 asesinos hayan sido excarcelados. Y como lo del «borrón y cuenta nueva» parece que se limita a los instantes de las campanadas, mucho me temo que seguiremos en el 2023 con la misma tónica, con la lógica, y desesperante, continuación de lo que aconteció en el 2022 o con sus consecuencias. Pero que no falte ilusión y ojalá los Reyes Magos de Oriente, junto a los, eso sí, merecidísimos regalos a los niños, traigan para los mayores un toque de responsabilidad y humanización al factor humano.

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