La espada de Bolívar

Tuvo que ser de armas tomar, aunque al final muriera de tuberculosis y en la cama

Felicidad Rodríguez

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Existen pocas estatuas de militares en Cádiz. No hay estatuas gaditanas de los combatientes en Trafalgar, Cayetano Valdés, Escaño, Gravina o Churruca, ni de los creadores de la escuela de guardiamarinas, ni de Jorge Juan, ni de Antonio de Ulloa, ni de Bernardo de Gálvez, ni de los defensores del asedio francés. Bueno, entre estos últimos sí puede incluirse a San Martín que tuvo a Cádiz de base y aquí vivió, a las órdenes del general Solano, las noticias del motín de Aranjuez.

Sorprende que, en Cádiz, con sus 3.000 años de historia, con los asedios sufridos, con su vinculación con las gestas de la Armada, no existan más recuerdos de este tipo; menos mal que en San Fernando está el Panteón de Marinos Ilustres. La única estatua que recuerdo, salvo que se me pase por alto alguna otra, es la de Blas de Lezo, el defensor de Cartagena de Indias frente a los británicos, en el Paseo de Canalejas.

A Bernardo de Gálvez, por ejemplo, se le recuerda en Washington, pero no aquí donde estuvo también destinado. Sí que tenemos estatuas de aquellos que una vez fueron españoles, aunque luego se sublevaran: la del general José de San Martín frente a la iglesia de San José en Puerta Tierra, la de Francisco de Miranda, ahora de complicado acceso por lo de la remodelación de la Plaza de España y la de Simón Bolívar junto al antiguo Olivillo, muy de actualidad a raíz del asunto de su ya famosa espada.

Una espada que, al parecer, ha dado más vuelta que el baúl de la Piquer desde que la robara, en 1974, la guerrilla M-19 en la que militaba entonces el nuevo presidente de Colombia; hasta en Cuba estuvo, al parecer escondida, por Fidel Castro.

Los dos primeros, San Martín y Miranda, tuvieron vinculación gaditana; del tercero, Bolívar, la desconozco. José de San Martín estuvo en Orán, en la 'guerra de las naranjas' contra Portugal y, por supuesto, en la Guerra de la Independencia; pasó en Cádiz la epidemia de peste de 1804, y defendió aquí el asalto al Palacio de la Aduana.

Francisco de Miranda, el creador del proyecto independentista de la Gran Colombia, intervino como español, antes de convertirse en el primer comandante de los ejércitos venezolanos, en el sitio de Melilla, en la campaña de Argel e incluso, a las órdenes de Bernardo de Gálvez, en Pensacola durante la independencia de Estados Unidos. Y terminó muriendo en el arsenal de La Carraca, en San Fernando, después de que Simón Bolívar lo detuviese para entregarlo a Fernando VII. Y es que no se andaba con chiquitas Don Simón. También San Martín murió a este lado del Atlántico.

Sabe Dios lo que pasaría exactamente en la entrevista de Guayaquil entre San Martín y Bolívar; al fin y al cabo, Don José era monárquico. Y es que Simón Bolívar debía ser hombre de decisiones drásticas. En la Gaceta de Caracas se publicaron en 1815 los documentos sobre las órdenes de decapitación dadas por el General: «Hoy se han decapitado los españoles y canarios que estaban por enfermos en el hospital, último resto de los comprehendidos en la orden de S.E.».

Y es que Bolívar tuvo que ser de armas tomar, aunque al final muriera de tuberculosis y en la cama. Curiosamente de las tres estatuas gaditanas de los próceres de la independencia americana, solo la de Simón Bolívar no lleva espada.

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