OPINIÓN

20 años de Dolly

«El darle uno u otro uso depende solo de la responsabilidad y de la ética humana»

Felicidad Rodríguez

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Hoy es San Valentín, día de los enamorados. Un santo que, aunque eliminado del calendario eclesiástico oficial por su más que posible origen legendario, resulta ser de los más rentables en nuestro consumista ambiente. Dice la tradición que Valentín fue ajusticiado en el siglo III por casar a enamorados en secreto. Y es que, dejando aparte el enamoramiento normal y corriente, lo del enamoramiento extremo tiene su punto de tragedia. Trágicos son los enamorados famosos, ya sean literarios, como Romeo y Julieta, o legendarios, como las momias que guarda el sepulcro de Juan de Ávalos en San Pedro de Teruel. Hasta Dante sitúa en el segundo círculo del Infierno a Paris y Helena, a Cleopatra o a Tristán el de Isolda. Y también, un día como hoy, fiesta de San Valentín, un 14 de febrero, pero de hace 20 años, murió la oveja Dolly que, precisamente no nació como fruto del instinto que, en los animales, sustituye al amor por eso de la supervivencia de la especie.

La famosa oveja, expuesta en las vitrinas del Museo Nacional de Escocia en Edimburgo, tenía entonces 6 años y arrastraba serios problemas de salud por lo que fue sacrificada. Complicada la corta vida de Dolly, sin padre y con 3 madres. La progenitora que cedió una de sus células mamarias para tener una «hija» exactamente igual a ella; una segunda oveja que donó el óvulo anucleado donde la futura Dolly pudiera desarrollarse, y la tercera madre, la oveja que, aunque no aportó nada de su genética, fue la que la gestó y alimentó. Dolly era de raza finlandesa-Dorset, cuyos individuos suelen vivir una media de 11-12 años, por lo que sus dolencias se atribuyeron al hecho de proceder de una célula «vieja», aunque su madre «genética» también murió a la misma edad sin que ese motivo pudiera argumentarse como causa de muerte; y estudios posteriores de otras ovejas clónicas, algunas del mismo linaje clónico que Dolly, no vieron problemas de salud relevantes. Más fácil que clonar ovejas es hacerlo, al parecer, con cerdos y vacas. China, poco antes de la pandemia, anunció la creación de un centro de clonación animal con fines comerciales y obtener, con seguridad genética, ganado con más carne y de mejor calidad. Y, acercándonos más a nosotros, también se ha avanzado en la clonación de primates no humanos.

Monos clónicos a partir de fibroblastos, de células procedentes de fetos abortados. Como, además, la fecundación es posible realizarla fuera del cuerpo, y ya se dispone de dispositivos que también permiten el mantenimiento de la vida en los últimos momentos de la gestación, no pasará mucho tiempo hasta que se disponga de úteros artificiales. Y es que la técnica es imparable, pero no todo lo técnicamente posible es éticamente aceptable. Es el que la utiliza, y el que legisla, los que tienen la responsabilidad del compromiso ético. Una misma técnica, por ejemplo, la transferencia nuclear puede servir tanto para clonar que para tratar enfermedades mitocondriales sin alterar el patrimonio genético del individuo.

El darle uno u otro uso depende solo de la responsabilidad y de la ética humana. Pero, visto lo visto en nuestro mundo, en lo que a responsabilidad y ética se refiere, casi mejor arriesgarse a sufrir enamoramientos trágicos como los de las novelas.

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