opinión

Enésimo fracaso

«Si bien los anteriores cambios climáticos en el planeta Tierra se habían producido en ciclos temporales largos, éstos que se auguraban se producirían en pocos años»

Antonio Ares

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Corría el mes de junio del año 1972 y representantes de 113 Estados Miembros de las Naciones Unidas se reunían en Estocolmo (Suecia) para debatir cuestiones ambientales internacionales. Una tenue preocupación por el Planeta empezaba a sobrevolar sobre los gobiernos. Los datos que se manejaban, por entonces, por parte de la comunidad científica hacían presagiar que en unas décadas se podrían producir modificaciones importantes en el medio ambiente provocadas por la acción de la mano del hombre. Si bien los anteriores cambios climáticos en el planeta Tierra se habían producido en ciclos temporales largos, éstos que se auguraban se producirían en pocos años. Aquella conferencia fue conocida como la Cumbre de la Tierra de Estocolmo. En la misma se acordó por unanimidad el establecimiento de estaciones para el seguimiento de la evolución a largo plazo de los componentes y propiedades de la atmósfera susceptibles de provocar un impacto meteorológico, como el Cambio Climático. Era la primera vez que se tomaba conciencia de una problemática que tenía su origen en la Revolución Industrial del siglo XIX, y a la que no se había prestado atención alguna. Después vendrían hasta un total de veintiséis cumbres de Jefes de Estado, Kyoto, Copenhague, Varsovia, París, Chile/Madrid y Glasgow. Todas ellas sin acuerdos relevantes que pusieran remedio a esta tragedia climática de la que no podremos escapar. Para los expertos ya nos encontramos en el 'tipping point' (punto de no retorno). Aunque dejásemos de emitir gases de efecto invernadero hoy, el planeta tardaría muchas décadas en recuperar la tan ansiada normalidad climática. Los efectos de la mano del hombre sobre el clima van desde la intensificación de lluvias en algunas zonas del planeta a sequías aterradoras en otras, desde la mayor frecuencia de huracanes y tifones a olas de calor devastadoras, desde la subida del nivel del mar hasta la pérdida demoledora de la biodiversidad mundial. La realidad del calentamiento global contradice las lerdas opiniones del primo de Rajoy y de la cohorte de negacionistas insensatos.

La última Cumbre sobre el Cambio Climático (COP 27), celebrada en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij, ha concluido con el enésimo fracaso de los gobiernos de los países asistentes para llegar a acuerdos que supongan un compromiso serio y contundente por revertir la situación. Desde la sombra, las grandes corporaciones supranacionales han vuelto a manipular los datos aportados por la ninguneada comunidad científica. El verano eterno que se cuela a las puertas de la Navidad nos recuerda la herida mortal que le estamos infringiendo al planeta. Lo único firmado ha sido la creación de un fondo para reparar el daño a los países que más están sufriendo las consecuencias del calentamiento global y que menos han contribuido a él. Se vuelve a reproducir la hipocresía de los países ricos, responsables del desastre, y que se conforman con repartir migajas para aquellos que son los que más están soportando sus consecuencias. No entender que esto es un problema global, que las decisiones deben ir en una única dirección, y que la urgencia es clamorosa, nos sitúa al borde del cataclismo.

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