Traidor, incapaz y cobarde

Este drama, que a estas alturas es ya sainete, puede todavía provocar tantas lágrimas como risas

José María Carrascal

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Carles Puigdemont se ha ganado a pulso los tres adjetivos. Ha traicionado a todos, incluidos sus seguidores, que no saben si manifestarse contra Rajoy o contra él. De su incapacidad habla que ha dejado a Cataluña sin 1.500 de sus principales Empresas, a las puertas de salir de la Unión Europea y con una sociedad dividida, que es la mejor receta del suicidio. En cuanto a cobarde, basta su actitud durante las últimas 48 horas, cambiando de actitud cada poco, sin decidirse por la independencia o por unas elecciones, delegando la responsabilidad en el parlament y continuando su chantaje al gobierno: yo convoco elecciones y tú cancelas el 155. Pero nadie confía ya en él y el gobierno sigue adelante con la tramitación del 155 en el Senado. No hay más plazos para Puigdemont, que ha hecho más que nadie por acabar con el prestigio de los catalanes como gente seria y responsable. Claro que su "relato" se basaba en una mentira, aunque repetida tantas veces a lo largo de cuarenta años que muchos catalanes se la habían creído: que Cataluña y España son enemigas. Cuando son complementarias desde la prehistoria, sobre todo en los últimos cinco siglos, en los que unieron su destino con todo tipo de vínculos de sangre, cultura, bienes, victorias y derrotas. Algo que sólo niegan quienes esperan ser presidentes, ministros, embajadores o, simplemente, gozar de una arcadia que sólo existe en la mente de esos oportunistas. Lo malo es que muchos catalanes se lo han comprado y va a serles muy doloroso renunciar a tal sueño si su desengaño se convierte en ira callejera. Este drama, que a estas alturas es ya sainete, puede todavía provocar tantas lágrimas como risas, hasta que Puigdemont no acabe en su casa o en la cárcel, según decidan los jueces. Pues algo debemos tener todos claro: el suyo ha sido un golpe de Estado desde dentro del mismo, lo que es un agravante y no puede acabar con abrazos y "aquí no ha pasado nada". Ha pasado mucho y habrá que depurar responsabilidades.

Pero aún así tenemos que estarle agradecidos, como les apuntaba días pasados, pues tal traición, incapacidad y cobardía ha logrado generar lo que creíamos desaparecido o a punto de desaparecer: un sentimiento de solidaridad entre la mayoría de los españoles, una aproximación de los dos grandes partidos, una evidencia de que los secesionistas y la extrema izquierda están dispuestos a devolver España no ya a antes de la Constitución del 78, sino a la de los reinos medievales (entre los que, curiosamente, no existía el catalán ni el vasco), en pleno siglo XXI. Y, encima, presumiendo de modernos y de demócratas. Menos mal que la modernidad, que la UE representa, y la democracia, representada por los constitucionalistas, están dispuestas a que en Cataluña vuelva a reinar la ley que unos desaprensivos intentan liquidar.

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