EL ENFOQUE

El presidente analógico

Dice Pedro Sánchez que no quiere seguir judicializando la vida política y que está encantado con el acuerdo -más dinero- alcanzado el pasado lunes con la Generalitat de Torra

Pedro Sánchez
Jesús Lillo

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Dice Pedro Sánchez, y esto es otro autoplagio, porque siempre dice lo mismo, que no quiere seguir judicializando la vida política y que está encantado con el acuerdo -más dinero- alcanzado el pasado lunes con la Generalitat de Torra. También dice Sánchez, y esto es otro autoplagio, porque le gusta citarse sin reconocerlo, que gobernar consiste en desbloquear la crisis catalana y normalizar la vida social, que debe de ser algo relacionado con las páginas de Gentestilo, en las que ayer salía su mujer. «Seguimos haciendo camino», asegura el presidente del Gobierno desde Nueva York, donde ha encontrado «comprensión y reconocimiento» a su estrategia apaciguadora, incluso tras la nueva tanda de desplantes de sus socios separatistas, crecidos por la desjudicialización que pregona su interlocutor y ahora decididos -también haciendo camino- a rehabilitar a los diputados suspendidos por el Tribunal Supremo.

En una entrega anterior de sus andanzas neoyorquinas, Pedro Sánchez, doctor en analogías, trató de explicar la crisis catalana en medio minuto, algo así como «El independentismo contado a los niños». «Imagínense que el Estado de Nueva York decidiera en su Congreso no cumplir las leyes y las advertencias del Tribunal Constitucional y el Gobierno federal se viera obligado a intervenir, y entonces se encuentran con que el gobernador del Estado se va a Quebec». Fin de la cita. La vocación y experiencia académicas de Sánchez, doctor en resumidas cuentas, le permite simplificar las cosas hasta desnaturalizarlas. La analogía del presidente del Gobierno justo termina con la huida a Bélgica de Puigdemont, que fue el final de la primera temporada de la serie, cargado de suspense y, haciendo camino, que diría el propio Sánchez, ya desfasado. Lo que no supo o no quiso el presidente en Nueva York es trasponer a Estados Unidos su política dialogante y normalizadora. Le echamos una mano, que nunca viene mal para completar una tesis, por infantil que resulte. «Imagínense al presidente de Estados Unidos, que llega a la Casa Blanca tras un proceso de impeachment apoyado por los congresistas rebeldes de Nueva York y que se pone a retirar recursos judiciales, a quitarle dinero a otros Estados para dárselo a los independentistas y que, haciendo camino, negocia con el capataz colocado por el gobernador que se fue a Quebec». Sobran las comillas. Es todo suyo.

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