Enfoque

Prefiero al doctor Bíchez

«Si Rufián quiere dar el golpe y ponerse al nivel de sus compañeros presos, tiene que ir más allá y romper los moldes de lo previsible, porque su repertorio se está quedando viejo»

Jaime González

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Como el vestuario dialéctico de Gabriel Rufián no presenta grandes novedades (su colección de otoño-invierno es idéntica, con algunos retoques, a la de primavera-verano), el diputado de ERC tiró ayer de fondo de armario para intentar sorprender. El resultado fue decepcionante, no porque las esposas que exhibió en el Congreso de los Diputados en protesta por el envío a prisión de los miembros del Govern de Puigdemont fueran de pega —que parecían auténticas—, sino porque sus nuevos complementos rezuman una preocupante falta de creatividad .

Si Rufián quiere dar el golpe y ponerse al nivel de sus compañeros presos , tiene que ir más allá y romper los moldes de lo previsible, porque su repertorio se está quedando viejo. No digo que entre en el Congreso con un pijama de rayas y una bola de hierro atada a los tobillos, pero sí que arriesgue un poco más. Dado que la actividad parlamentaria de Rufián consiste en llamar la atención , tiene que innovar su estrategia de provocación, porque a este paso va a terminar repitiéndose y pareciéndose tanto a sí mismo que cuando salga al estrado será como el hombre invisible.

Ahora que «Mortadelo y Filemón» ha cumplido 60 años y su prolífico autor, Francisco Ibáñez, ha metido en acción al mismísimo Donald Trump, me pregunto si Rufián tendría un hueco entre personajes como Antofagasto Panocho, Aniceto Papandujo, Freddyrico Krugidoff, Bruteztrausen o Escorbuto Carcamal. O mucho mejora en lo que resta de Legislatura o me temo que no . Y es que Rufián tiene un problema muy serio: su evidente déficit de dinamismo verbal (habla tan despacio que cuando se le oye en la radio parece que se pierde la frecuencia, como si hubieras entrado en un túnel) le inhabilita para desempeñar papeles de acción. Podría, siendo muy tolerantes, parecerse a Becerrosky, el discípulo del doctor Catástrofez, pero —en ese caso— Joan Tardá tendría que enseñarle a hablar de corrido para que el cómic no se hiciera insoportable. Bien mirado, se da un aire, pero muy de lejos, al doctor Bíchez, el científico loco que desarrolló unas pastillas que permitían convertirte en cualquier tipo de insecto, aunque duró poco porque acabó devorado por una urraca gigante que inventó el profesor Bacterio.

Como tan atroz destino no se lo deseo a Rufián ni a nadie , me va a permitir el diputado de ERC que me despida dándole un consejo. Peor que acabar devorado por una urraca gigante es acabar devorado por el olvido. En sus manos está reinventarse. Que aprenda de Ibáñez.

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