Que pase el desgraciado

¿Quién puede necesitar un máster en Estudios Interdisciplinares de Género?

Rueda de prensa de la ministra de Sanidad, Carmen Montón, para dar explicaciones sobre su máster EP
Rosa Belmonte

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La ministra Montón ha dicho que hizo un máster para estar mejor formada. «No lo necesitaba para trabajar y no lo necesito para trabajar». Demonios, no me extraña. ¿Quién puede necesitar un máster en Estudios Interdisciplinares de Género? Eso es más inútil que la «g» de gnomo o un cenicero en una moto. Y una demostración del negocio absurdo y sacaperras de muchos estudios superiores. De género o de lo que sea. Y ahora que en Silicon Valley pasan de los títulos universitarios. Aunque a lo mejor, Montón (qué apellido) sí necesitaba el máster (no ese, cualquiera) para acceder al doctorado y a dar clase cuando dejara la política. Ha salido la ministra de Sanidad a aclarar que sí hizo el máster, como en la película de Ozores hicieron a Roque III, el trabajo (sobre reproducción asistida) y que puede acreditar su honestidad. Le ha faltado gritar, igual que Serena Williams, que ella no hace trampas, que tiene una hija a la que dar ejemplo (Montón hablaba de su embarazo).

La señoritinga privilegiada de Serena Williams ha bramado en tutú (madre mía, si parece Baloo de El libro de la selva cantando y bailando el I wanna be like you con el rey Louie pero sin gracia), bramando, digo, como si de verdad fuera una mujer negra oprimida. Tan oprimida como Beyoncé u Oprah Winfrey ahora mismo. Si la juez de silla hubiera sido una mujer no le habría salido tan bien la jugada del falso sexismo, un ejemplo tan nefasto de lo que algunas creen que es el feminismo. Leo en el Washington Post que las mujeres negras son amonestadas en público a menudo cuando cuestionan la autoridad masculina. Hombre. Pero no Serena. Llega a llamar ladrona a una juez de silla y seguramente el resultado habría sido el mismo. Otra sanción. Y claro que tiene en parte razón y que la WTA, la organización femenina de tenis, la apoya. Pero esa escandalera de verdulera normanda, como la Léa de Colette se llamaba a sí misma, es tan impresentable como las Femen a pecho descubierto. Y encima pretenden que no hablemos del tamaño de sus tetas. No las enseñes. Me estás dando permiso.

Pero volviendo a la ministra de Sanidad, mi parte favorita es la de «No todos somos iguales (pausa dramática). ¡No todos somos iguales!». Sonaba al Vámonos de María Jiménez. «Que no somos iguales, dice la gente… Que tú eres un canalla y que yo soy decente». Pero la ministra parece creer que es así. Y que su caso «Nada [tiene] que ver con otros desgraciados casos». Me gusta pensar que quiso decir «con los casos de otros desgraciados». Y ahí me acordé de la presentadora peruana Laura Bozzo cuando en su espantoso programa (después de que alguna mujer le contara malas experiencias con su marido o su novio) gritaba: «¡Que pase el desgraciado!». Y entraba un tipo en el plató como los esclavos en la arena de Coliseo romano. Al pobre infeliz a veces hasta le zurraban.

Esto no es el caso Cifuentes, el caso Casado o el caso Montón. Es el caso Universidad (los títulos eran del Instituto de Derecho Público de Álvarez Conde en la URJC). Para los políticos, haber cursado (o lo que fuera) ese máster es una maldición, como para otros haber rodado «El conquistador de Mongolia» (1956) cerca de un campo de pruebas nucleares. Murieron de cáncer John Wayne, Susan Hayward, Dick Powell o Pedro Armendáriz (enfermó el 41% del equipo). Vale, aquí no hay radiactividad ni cáncer ni muertos, pero sí consecuencias negativas. Muérete por una película de birria y acaba tu carrera por una birria de título. No está Laura Bozzo, pero el paseíllo de desgraciados del máster es un no parar.

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